Por: Armando Fuentes
“Jamás podrás entrar en mi corazón”. Con esas lapidarias y drásticas palabras la linda Dulcibel rechazó las salaces pretensiones de Pitongo, libidinoso individuo. “Nada importa -replicó, displicente, el lascivo galán-. No es ahí a donde quiero entrar”. (¿A su espíritu entonces, o a su alma? Me quedaré con la duda). Hoy por hoy ningún mexicano consciente ignora que estamos gobernados por un autócrata. Sólo niegan esa verdad palmaria quienes por ambición de poder o de dinero abdican de su libertad, de su dignidad y su decoro y caen -decirlo no es extremo de lo melodramático- en la ignominia y la abyección. El continuo acoso de López Obrador a la Suprema Corte ha sido el rabioso ataque de un gobernante con tendencias dictatoriales a uno de los Poderes de la Unión, institución fundamental de la República. Escribo estos renglones cuando las ministras y ministros del máximo órgano jurisdiccional no han escrito aún los suyos sobre la desatentada iniciativa presidencial conocida con el nombre de Plan B. Espero que la hayan echado abajo, y que incluso los tres esquiroles que AMLO tiene dentro de la Corte se hayan negado a convalidar las flagrantes ilegalidades contenidas en esa propuesta abiertamente anticonstitucional. Si por desgracia no se alcanzó la mayoría necesaria para frenar el designio del monarca, la Nación habrá sufrido un golpe fatal que la acercará más a la tiranía, al despotismo. Aun así mi esperanza no claudica, si me es permitido un breve lapsus de grandilocuencia. México es superior a sus problemas, por más que su mayor problema sea ahora ese presidente autoritario, absolutista, omnímodo, que tanto ha destruido y que tan poco y tan mal ha construido. Pasará López Obrador -ya pronto pasará-, y aunque lo sustituya una de sus incondicionales corcholatas su poder disminuirá por fuerza misma de las circunstancias. La tradición de México obliga a que el antiguo rey se vaya a la. al rancho cuando llega el nuevo rey. O reina. Desde luego no se debe ignorar la posibilidad de un maximato, pero no es lo mismo estar con la faja presidencial que ya sin ella. Confiemos, pues, en que esta pesadilla se irá como lo que ha sido: la peor etapa en la vida política y social de la nación en nuestro tiempo. Soy devoto de San Judas Tadeo. (San Juditas lo llama el pueblo para distinguirlo del otro Judas). El primo de Jesús es abogado de las causas imposibles. Si la Corte declaró con mayoría de 8 votos o más la inconstitucionalidad del tristemente célebre Plan B iré a postrarme a los pies del santo para darle gracias por el milagro de que la Suprema Corte haya mantenido su supremacía frente a la pedestre arbitrariedad de López. Llegó a su casa doña Macalota en hora inesperada y sorprendió a don Chinguetas, su liviano esposo, en el lecho conyugal con una morena de piel aceitunada, cabellera bruna y entrepierna poderosa de ésas que les dicen a los hombres: “Por aquí te vas”. Tal visión encalabrinó a la recién llegada. El adulterio tiene mala fama, pese a que su existencia se debe a una institución tan respetable como es el matrimonio. Prorrumpió doña Macalota en dicterios de gran peso. A la mujer le dijo “zorra”, “vulpeja” y “raposa”, sin tomar en cuenta que los tres vocablos aluden al mismo animal, y a su marido lo llamó “tunante”, “méndigo” y “cabrón”. Únicamente la primera palabra tiene algo de contenido literario; las dos últimas son de uso muy común. Don Chinguetas escuchó los denuestos de su encrespada esposa y le dijo luego con tono de lamento y de reproche: “Ay, Macalota. Tú tienes la habilidad de hacer que todo lo que yo hago parezca malo”. FIN.