Cuando comenzó la pandemia, uno de los mejores métodos para disipar las preocupaciones y la ansiedad provocadas por el COVID era caminar. Pocos ejercicios tienen la doble misión de renovar el cuerpo y aligerar el espíritu. 

En esos días, a principios del 2000, otro truco mental era pensar cuántos días faltaban para tal o cual fecha. La más importante, el 30 de septiembre del 2024, con el cambio de sexenio. Hace tres años no conocíamos la dimensión del problema sanitario. Hugo López Gatell decía que tendríamos 6 mil muertos y, si llegábamos a 60 mil, sería una catástrofe. 

La tragedia llegó para multiplicarse por diez. Nadie duda hoy que la mortandad superó los 600 mil. Tampoco teníamos la dimensión de los estragos económicos en México y alrededor del mundo. Seguíamos midiendo para el muy corto plazo. 

Hoy contamos el tiempo para que los cambios vengan de nuevo al país. Queremos regresar a la racionalidad. México no puede vivir dividido, enfrentado y con el conflicto como forma de gobierno. Sobre nosotros pesa el riesgo del desacato, el rompimiento del estado de derecho y el pacto social si el Poder Ejecutivo no cumple con los ordenamientos legales de la Suprema Corte. 

Visto a la distancia, el país no sufrió las pesadillas que tuvimos de cambios radicales en la macroeconomía como la devaluación que pronosticaban los más angustiados. Todavía recuerdo esas caminatas de hace tres años, cuando estimaba que el dólar terminaría el sexenio entre 25 y 30 pesos por dólar. Por fortuna el país está en pleno empleo y dentro de un año acelerará su crecimiento por dos razones: la salida de una pequeña recesión en EEUU y la llave que abrirá de nueva cuenta el gobierno en vísperas de la elección. 

Para el 2 de junio del 2024, día de la elección, faltan 380 días. Algo más de un año. La temperatura política subirá a medida que en Morena y en la oposición pongan reglas para seleccionar a sus candidatos. 

El tiempo del cambio político puede acelerarse si Morena no obtiene la mayoría absoluta en el Congreso y el Senado. Septiembre sería de puras despedidas para el presidente López Obrador. Atrás quedaría la sombra de cambios constitucionales como la ocurrencia de elegir jueces por voto o consulta popular. Sería el triunfo de las instituciones sobre la voluntad de un solo hombre. 

Después de 500 días, las mañaneras habrán terminado, los agravios cotidianos no podrán seguir porque nadie tiene la originalidad -como virtud y defecto- para inventar un personaje que todo lo contesta, que suelta datos falsos y cuentas chinas sin que a la gente le importe. Quien triunfe no tendrá el ánimo de llevar por el mismo sendero al país. 

Escribo en 500 palabras esta columna para darnos cuenta de que al final el tiempo que queda es corto, que “todo pasará” como en la pandemia, que la mayoría seguirá o seguiremos bregando y la 4T será una anécdota de nuestros días. López será historia.

 

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