Durante 76 años Ricardo Rocha vivió para agregarles horas a los días y minutos a las horas. Le gustaba informar cuando eso parecía imposible. Al modo de quien custodia un faro, encendía una luz para que los solitarios y los barcos encontraran su camino.
De 2005 a 2015 condujo con Patricia Llaca el programa Animal nocturno, que comenzaba a las doce de la noche. Terminada esa aventura, volvió a los noticieros y, naturalmente, se decantó por el horario más incómodo. A las cinco de la mañana ya se enteraba de incendios y golpes de Estado. Consumía noticias con la velocidad de quien teme que dejen de tener efecto.
Hijo de artesanos del barrio de Tepito, Rocha creció en la calle de Peluqueros y atesoró con orgullo esa zona capitalina que ha sido cuna de notables boxeadores y bastión de la economía informal, pero también escenario de las búsquedas plásticas del grupo Arte Acá y las novelas de Armando Ramírez. Atento a los datos insólitos, Rocha sabía que en el mismo edificio de la calle Allende habían crecido algunos de los principales científicos de México: Marcos Rosenbaum, Pablo Rudomin, Carlos y Samuel Gitler.
De haber tenido mejor voz, posiblemente se habría consagrado a la canción romántica. Dominaba con erudición el vasto repertorio de los tríos y los mariachis y no dejó de abrir foros para todas las variantes de la música. Las madrugadas de Animal nocturno combinaron la desgarrada intensidad de Chavela Vargas con el Boogie refrito de Canned Heat. Durante un tiempo compartió departamento con Armando Manzanero y de ahí salieron legendarias anécdotas de la bohemia nacional.
En el viejo escalafón de las noticias, el micrófono de los principiantes quedaba a nivel de cancha. Rocha se forjó robando alguna declaración de quienes salían del vestidor y haciendo los comentarios instantáneos de quien mira el mundo detrás de una portería.
Así comenzó la andadura del reportero todoterreno que en 1977 cubrió la rebelión sandinista. Su incesante curiosidad lo llevó de los datos a la reflexión. En 1980 convenció a Emilio Azcárraga Milmo de hacer un programa para discutir temas fundamentales en la televisión. Fue el origen de Para gente grande, que estuvo catorce años al aire.
Resulta difícil narrar los hechos sin tomar partido. Rocha no fue indiferente a la injusticia. En 1995 hizo una espléndida cobertura de la matanza de Aguas Blancas, en Guerrero, que costó la vida a diecisiete campesinos. La responsabilidad de la masacre recaía en el gobernador priista Rubén Figueroa, que quedó impune. La valiente emisión de este reportaje provocó la salida de Rocha de Televisa.
Posteriormente, fundó su propia agencia, Detrás de la noticia, donde el estudio de grabaciones llevó el nombre de Emilio Azcárraga Milmo en muestra de eterna gratitud. Colaboré con él y supe que entendía el trabajo como una extensión del afecto. Aunque nunca tenía tiempo para nada, estaba pendiente de cada uno de nosotros. Cuando una colega se fue a vivir a París, extrañó la comida mexicana; como quien manda una postal, Ricardo le envió un baúl surtido de antojitos. Y cuando nació mi hija Inés, el primer regalo que llegó al hospital fue un oso de peluche de un tamaño que anunciaba quién lo enviaba y que apropiadamente se llamó Ricardo.
Apasionado de la literatura y de la Ciudad de México, en 1998 Rocha organizó, con Sealtiel Alatriste, un homenaje a La región más transparente, de Carlos Fuentes, en el Salón Los Ángeles. La novela cumplía cuarenta años y había que bailar con ella.
Atento a las luchas sociales, documentó la matanza de Acteal, entrevistó al subcomandante Marcos y en 2006 lanzó una serie de cortometrajes para promover la candidatura de López Obrador. Su compromiso político le cerró espacios, pero él siguió apostando por un periodismo diferente.
La decepción es inherente a la política. Quien gana nunca está a la altura de las ilusiones que genera, y el periodismo está obligado a documentarlo. En sus artículos de El Universal, Rocha criticó al Presidente por el que había luchado.
Italo Calvino describió las madrugadas en las que unos todavía están despiertos y otros ya lo están. La vida se divide en trasnochadores y anticipados. El vigía Ricardo Rocha era las dos cosas. Ejerció el afecto con una puntualidad de su invención y nos preparó para todas las noticias, menos para la de su muerte, que sólo podía llegar a destiempo.