Por: Armando Fuentes.
La vida debe continuar. La vida continúa. La vida siempre continúa. Dulcibel, linda muchacha soltera, anunció en la comida familiar que estaba enferma de gustos pasados, o sea embarazada. El papá quiso saber quién la había puesto en tal estado. “No sé cómo se llama -confesó ella-. Jamás lo había visto, y no lo he vuelto a ver”. “¡Cómo! -se indignó el severo genitor-. ¿Hiciste eso con un perfecto extraño?”. “Papi -acotó Dulcibel-. Nadie es perfecto”. Doña Frustránea comentó en la merienda de los jueves: “En la cama mi marido es un volcán”. Una de las asistentes preguntó, curiosa: “¿Es ardiente, fogoso, apasionado?”. “No -precisó doña Frustránea-. Sólo entra en actividad de vez en cuando”. Babalucas abordó a una atractiva dama que bebía sola en el antro. “¿Puedo invitarte una copa?”. Declaró ella: “Soy lesbiana”. Insistió el badulaque: “Si tu religión te prohíbe beber alcohol entonces te invito una limonada”. El marido y la mujer estaban realizando el acto conyugal, pero por más que se esforzaban no podían llegar a la culminación del trance. “¿Qué nos pasa? -le dijo el esposo a la señora- ¿Tampoco tú puedes pensar en alguna otra persona?”. Don Tirolito, señor de estatura reducida y desmedrada complexión, se hallaba en el Bar Ahúnda. Fue al baño, y al pasar golpeó el hombro de un individuo que con otros departía en su mesa. Todo indica que el hombre era rijoso e incivil, pues le dijo con voz áspera: “Es usted un pendejo”. El exabrupto irritó a don Tirolito. Cualquiera se molesta al oírse llamar así, aunque sea cierto. En alguna forma, dicho sea sin alucinaciones personales, todos los hombres tenemos algo de eso. Lo enseña una sabia sentencia escrita en versos octosílabos: “Cada día, asegurada, / harás una pendejada. / El día que no hagas dos / debes dar gracias a Dios”. El caso es que don Tirolito se enfrentó al majadero: “Le doy 5 segundos para que retire sus palabras”. El baladrón se puso en pie. Medía un metro 90 de estatura (sin zapatos), y a su lado un luchador de sumo era un alfeñique de 44 kilos. Rugió desafiante: “No las retiro”. Don Tirolito, en vista de las circunstancias, enmendó el terreno. “Está bien -habló conciliador-. ¿Cuánto tiempo necesita?”. Ya conocemos a Capronio. Es un sujeto ruin y desconsiderado. Se vio en la necesidad de atender las repetidas instancias de su esposa -¿qué marido puede resistir una demanda de su cónyuge?- e hizo construir dos casas, una para él y su señora, la otra para su suegra. Cuando estuvieron terminadas llevó a su mujer a que las viera. Preguntó ella: “¿Cuál es la casa de mi mamá?”. Le informó Capronio: “La que no tiene pararrayos”. Don Cacaseno contaba 80 años y 80 millones. Un día llegó a su club del brazo de una estupenda morenaza de tez aceitunada, enormes ojos verdes, larga cabellera bruna como cascada de azabache o ébano, busto de contralto wagneriana, cintura de avispa, caderas de Venus Calipigia y torneadas piernas semejantes a las de Cyd Charisse. Uno de los socios del club le preguntó aparte: “¿Cómo te ligaste a esa mujerona?”. “No me la ligué -repuso el veterano-. Es mi esposa”. “¿Tu esposa? -se asombró el otro-. ¿Qué hiciste para que aceptara casarse contigo a tus 80 años?”. Explicó el provecto señor: “Mentí acerca de mi edad”. Aventuró el preguntón: “¿Le dijiste que tienes 70 años?”. “No -contestó don Cacaseno-. Le dije que tengo 90”. Impericio interrogó a su esposa: “¿Quedas satisfecha después del acto del amor?”. Respondió ella: “Casi siempre”. Le reclamó Impericio: “¿Y por qué nunca me lo dices?”. Explicó ella: “Porque cuando quedo satisfecha tú no estás ahí”. FIN.