Por: Armando Fuentes. 

“¿Qué dice usted de la calor?”. Esa pregunta le hizo una dama a Pío Baroja. Respondió: “Qué es masculino”. En cierta forma se equivocaba el célebre autor de “Zalacaín el aventurero”. La Academia registra la variante “la calor”, usada en Andalucía y varios países de América. Sea su género cual sea, el calor jode. A mí me hace andar más apendejado que de costumbre. Cuando viví en Madrid sudaba en tal manera que debía ducharme dos o tres veces en el día. La señora de la casa me interrogó, inquieta. ¿Padecía yo algún mal epidérmico que me obligaba a hacer esas frecuentes abluciones? Tras de la explicación correspondiente me aumentó el pago mensual de la pensión. “Por el gasto hídrico”, puso en el recibo. Durante casi todos los años de mi vida tuve el privilegio de vivir en “The air conditioned city”, según anunciaba la profesora Cuquita Galindo en los folletos de propaganda de su Universidad Interamericana, la cual fundó en Saltillo para atender a estudiantes del país vecino. Con pena y todo debo confesar que aquel buen clima saltillero ya es recuerdo. Por estos días sufrimos calores infernales, con perdón por emplear un símil nunca usado. Desde luego seguimos siendo oasis de frescura si se nos compara con las ciudades vecinas en los cuatro rumbos cardinales: Monterrey, Torreón, Monclova y Matehuala. “Hace un calor de 40 grados a la sombra” -le dijo alguien a Babalucas. “Pos de pendejo me pongo en la sombra” -declaró el badulaque.  Otro amigo le comentó: “Tan alta está la temperatura que un par de huevos puestos en la capota de un coche quedarían fritos al instante”. Replicó Babalucas: “Procuraré no acercarme a la capota de un coche”. Cuatro lindas chicas iban por el campo. El calor era agobiante, de modo que cuando vieron una pequeña laguna decidieron entrar en ella para refrescarse. Así lo hicieron, despojadas de sus ropas. En eso llegó un viejo campesino. Las chicas se sumieron en el agua hasta el cuello, y una de ellas, enojada, le reclamó al hombre: “No tiene usted vergüenza al venir a vernos”. “No vengo a verlas, señorita -respondió, cachazudo, el campesino-. Vengo a alimentar al cocodrilo que vive en la laguna”. La rapidez con que las cuatro hermosas muchachas salieron del agua sólo es comparable al deleite con que las vio en todo su esplendor el pícaro campesino. A los habitantes de Mexicali, Baja California, se les llama “cachanillas”, al parecer por el nombre de una planta que crece en la región. Los varones adultos, sin embargo, son conocidos con el sonoro mote de “huevosfríos”, por la costumbre que muchos tienen de llevar entre las piernas, cuando van manejando su vehículo, una lata de cerveza helada. En Mexicali se disfruta la mejor comida china del mundo. Ni en Beijing se podrá encontrar un restorán chino tan bueno como los que hay en la capital bajacaliforniana. La primera vez que fui a Mexicali mi anfitrión me invitó a comer en uno de ellos. Al llegar al estacionamiento me llamó la atención ver en la puerta del restorán a un mesero con una charola llena de vasos de agua con hielo. No fueron más de 10 metros los que caminamos bajo el sol para llegar a la entrada del local. Me precipité a beber uno de los vasos como si hubiera caminado varios días por el desierto del Sahara o Kalahari. Me supo más sabrosa esa agua que los deliciosos platillos que luego degustamos. Otra ciudad de calor extremoso es Villahermosa. Decía un ilustre tabasqueño, don Alfonso Taracena: “En Villahermosa tenemos meses de 45 grados. Y luego empieza el calor”. A la temprana hora en que escribo esto el termómetro en mi ciudad marca ya 38 grados. Con esta temperatura es imposible hablar de política. FIN.

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