Por: Armando Fuentes.
“Si quieres tú ser feliz / en forma reglamentaria / debes hacerte pendejo / al menos una hora diaria”. Estos admonitorios versos tienen aplicación lo mismo en el espacio doméstico que en el ámbito internacional. La matriarca del hogar le ha dado a su marido 20 pesos -de esto hace muchos años- para que vaya al mercado y compre las cosas que le ha escrito en una lista. El nieto del señor acompaña a su abuelo, y observa que tiene que poner 15 pesos de su bolsa para pagar los artículos que su esposa le encargó. Cuando regresan a la casa la mujer le pregunta: “¿No te sobró dinero?”. Saca de su bolsillo otros 3 pesos y se los entrega. El nieto mira con asombro aquello. Ya a solas con su abuelo le dice: “Gastaste 15 pesos de los tuyos para completar el pago de lo que te pidió la abuela, y todavía le das otros 3 pesos. ¿Por qué?”. “Hijo -suspira el señor-. No sabes lo que cuesta mantener la paz conyugal”. Dos naciones dueñas de ancestral historia, Francia e Inglaterra, se hicieron pendejas mientras Hitler se armaba hasta los dientes y el bigote en violación flagrante del Tratado de Versalles. Sufrieron después las consecuencias, y de no haber sido por la entrada de los yanquis a la guerra, el cabrón Führer se habría engullido a los británicos en igual forma que se zampó a los galos. Pero advierto que ya ando por los cerros de Úbeda, paraje que suelo frecuentar con lamentable asiduidad. A lo que voy es a hablar del huachicol. A mis lectores en el extranjero les diré que ese término designa en México a la gasolina robada mediante perforaciones en los ductos que la transportan, y que luego se vende ilegalmente. Para combatir ese mal el presidente López ideó al principio un ingeniosísimo expediente: cerrar los ductos. Así, los huachicoleros se quedaron sin gasolina, pero también fuimos privados de él los ciudadanos, que pasamos largos días sin combustible para nuestros automóviles. Yo estuve a punto de instalar en mi coche uno de aquellos “gasógenos” usados en la Segunda Guerra para mover los vehículos mediante un dispositivo que quemaba leña o carbón. Pues bien: sucede que ahora el fementido huachicol se vende a plena luz del día, y muchos conductores lo adquieren, pues cuesta menos que la gasolina legal. Es posible encontrar expendedores que con el mayor descaro lo ofrecen a la orilla de algunas carreteras. ¿Y los encargados de combatir los robos de combustible y su ilícito comercio? Se hacen pendejos, con perdón sea dicho. Algún interés les vendrá en ello, pues el del huachicol es un negocio pudrimillonario, en algo semejante al de las drogas. Ah, pero ahora ya no hay corrupción. Nuestra honestidad es angélica, querúbica, seráfica. No somos iguales a los anteriores. Ellos robaban dinero; nosotros robamos solamente instituciones. Y a veces también algo de dinerito, pero poco: 12 mil millones, a lo más, como en el caso de Segalmex, al que ya se le echó tierra. No, no somos iguales. Quizá seamos peores, pero iguales no. Disipemos con algo de humor lene la hedentina del huachicol y sus ocultos patrocinadores. Lord Feebledick regresó de la cacería de faisanes con su montero Galahad. En un ameno soto junto al río, a una distancia de 100 yardas aproximadamente, vieron a lady Loosebloomers, la esposa del señor, yogando en la posición del misionero con mister Calvin, obligado a tal postura por ser el vicario del lugar. Lord Feebledick apuntó su escopeta y con un disparo llenó de perdigones las nalgas del predicador, que escapó a rodo correr profiriendo gemidos lastimeros. “Magnífica puntería, milord” -felicitó el montero a su patrón. Replicó lord Feebledick, ufano: “Y eso que se estaba moviendo”. FIN.