Por: Armando Fuentes.
Forúnculo. ¡Qué drástico término esdrújulo! Sirve para designar una inflamación purulenta que no sólo causa molestias a quien la padece, sino que puede traer consigo daños de consideración. El vocablo tiene un sinónimo menos sonoro pero igualmente ingrato: buba. Tales excrecencias, propias del frágil cuerpo humano, afectan también a las instituciones. Hay quienes ponen en esa categoría, dentro de la Suprema Corte, a las ministras Yasmín Esquivel y Loretta Ortiz. Más de una vez Arturo Zaldívar formó trío con ellas en calidad de primera voz, pero últimamente se le ha visto preocupado por recobrar la dignidad perdida. La señora Esquivel, pese a todas las maniobras leguleyas a que ha echado mano, jamás podrá quitarse el estigma de plagiaria. Su presencia en el máximo órgano judicial de la Nación es indebida. Por su parte, la señora Ortiz viste su toga con un 100 por ciento de lealtad -es decir de vasallaje- al presidente López y un cero por ciento de eficiencia y calidad ética en su cargo. Suele apoyar las iniciativas presidenciales, por aberrantes y contrarias a la ley que sean, como el avieso plan B de AMLO, flagrantemente violatorio de la Constitución y aprobado por los legisladores y legisladoras morenistas no ya sobre las rodillas, sino bajo no quiero decir qué. Las bubas de la Corte seguirán cumpliendo su función de instrumentos de la 4T, con deshonra de sí mismas y desdoro de la elevada institución de la que sin merecerlo forman parte. Todo esto tiende al fortalecimiento del poder personal del Caudillo, quien más que imitar a Hidalgo, Juárez y Madero es émulo de Plutarco Elías Calles y busca establecer un maximato como el que el sonorense creó. Patriótico deber de buenos ciudadanos preocupados por el bien de México será negar nuestro voto a Morena en la elección del 24, sea quien sea la corcholata sobre la cual se pose el gran dedito, e impedir que la 4T consiga una mayoría en el Congreso que le permita al jefe máximo seguir haciendo de México un país mínimo. El señor le dijo a su señora: “Los compadres van a ir a un crucero por el Mediterráneo. Es una pena que no podamos acompañarlos”. “Sí podemos -dijo la señora-. Tengo una buena suma ahorrada. Cada vez que me haces el amor tomo una cantidad del gasto de la casa y la guardo para lo que se ofrezca”. “¡Caramba! -exclamó el marido con admiración-. ¡De haberlo sabido habría hecho contigo todos mis depósitos!”. En el Bar Ahúnda se jactó un individuo: “Tengo una mujer que cocina maravillosamente; una mujer con la que tengo conversaciones de alto nivel; una mujer fantástica en la cama.”. Tras una pausa añadió: “Ojalá ninguna de ellas se entere de la existencia de las otras dos”. “¿Por qué te fuiste, Anatolio?”. Con desgarrado acento gemía aquel pequeño señor abrazado a la tumba de un difunto. El cuidador del cementerio le preguntó, conmovido, al sollozante: “¿Era su amigo?”. “Jamás lo conocí -respondió entre sus lágrimas el señorcito-. Pero me casé con su viuda”. “¡Qué bello rostro tiene tu sobrina!” -le comentó una señora a otra. Le dijo ésta: “Los ojos son de su mamá. La nariz, los pómulos, los labios y el mentón son de su papá. Es cirujano plástico”. “No tengo carácter para decir que no -le contó la linda chica al analista-, y luego me lo reclama la conciencia”. Preguntó el facultativo: “¿Y quiere que le fortalezca el carácter?”. “No -respondió ella-. Quiero que me debilite la conciencia”. Un hado adverso persigue siempre a Augurio Malsinado. En una casa de asignación contrató a una prostituta y le pagó sus servicios por adelantado. Ya en la habitación ella se negó al concúbito. Le dijo: “No en nuestra primera cita”. FIN.