Por: Armando Fuentes. 

Los autócratas -hay quienes los llaman dictadores- gustan de ser aclamados por las muchedumbres, sin importar que sean compradas. En cierta forma se hacen tontos solos (uso una palabra comedida), pero el aplauso de la multitud los vigoriza. El presidente López se ha organizado a sí mismo varias de esas manifestaciones. La última, dijo, fue para celebrar el quinto aniversario de su victoria electoral. A otro perro con ese hueso, como decía la gente de antes para significar que no creía una mentira. El mitin en el Zócalo no fue tanto para festejar el triunfo del 18 como para ir preparando el del 24. De ahí el anuncio del aumento en las pensiones, descarado recurso para allegarse los votos de una clientela pobre e ineducada; de ahí las exhortaciones a seguir apoyando la transformación emprendida por el caudillo de la 4T, movimiento que sigue, dicho sea sin falsas modestias, a los que antes hicieron Hidalgo, Juárez y Madero. Mucho dinero cuestan las concentraciones de AMLO, que cuando se trata de homenajear a su propia persona se olvida de toda austeridad, tanto republicana como franciscana. Ya empezó la jauría de Morena a ladrarle a Xóchitl Gálvez, quien a diferencia de Ebrard y Sheinbaum, fifís los dos, y de elevada alcurnia, proviene de ese pueblo al que tanto encomia y enaltece López Obrador. Los ladridos son indicio de temor. En Xóchitl -con eme de México- reside la esperanza de incontables mexicanos que quieren dar vuelta a esa oscura página que  ha sido el régimen de AMLO, quien sin tapujos busca perpetuar su poder y su dominio a través de cualquiera de sus obsecuentes corcholatas. Empieza a no ser ya esperanza inútil la posibilidad de una derrota de Morena en la elección del 24. Ésa sí sería una verdadera y benéfica transformación. Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, reprendió a la muchacha de servicio. “Paréceme que hueles -le dijo al modo clásico-, y no a ámbar”. “Señora -se defendió la mucama-, a diario me lavo todo lo posible”.  Le sugirió doña Panoplia: “Lávate también lo imposible”. Ya conocemos a Capronio. Es un sujeto ruin y desconsiderado. Su suegra le contó, mortificada: “Un individuo me dijo ‘vieja bruja'”. “No haga caso, suegrita -la tranquilizó Capronio-. No es usted tan vieja”. Don Cucoldo llegó a su cosa en hora desacostumbrada y encontró a su esposa refocilándose, también al modo clásico, con el compadre Pitorrango. En tono de lamento le reclamó: “Compadre: ¿usted?”. Con otra pregunta respondió el avieso follador: “¿Y a quién esperaba, compadre? ¿A Leonardo di Caprio?”. Un tipo le comentó a otro: “A mi esposa le digo ‘La gitana'”. Apuntó el otro: “¿Es de cabello bruno, profundos ojos negros y tez aceitunada como la  mujer morena que pintó Julio Romero de Torres?”. “No -aclaró el individuo-. Le digo ‘La gitana’ porque todos los días me hace ver mi suerte”. El novio de la hija de don Poseidón, le dijo al papá de la muchacha: “Vengo a pedirle la mano de Glafira”. “Concedida -respondió sin vacilar el viejo-,  a condición de que te lleves también todo lo demás”. Noche de bodas. El recién casado tomó por los hombros a su flamante desposada y le preguntó, solemne: “¿Soy el primer hombre con quien duermes?”. Contestó la novia: “Si me quedo dormida, sí”. Doña Loretela le comentó, orgullosa, a su vecina: “Mi esposo me es absolutamente fiel”. “A mí también -dijo la vecina-. El que me engaña es mi marido”. Después de unos días de calor de infierno llovió a cántaros. “¡Rápido! -le dijo a don Languidio su señora-. ¡Saca por la ventana la parte que tú sabes! ¡He oído decir que con la lluvia todo cobra vida!”. FIN.

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