Se fue Porfirio pero todavía tenía pendientes a dos semanas de cumplir los 90 años. Quedó inacabado su proyecto de escribir una nueva Constitución, de fortalecer la separación de poderes y cumplir la promesa de su partido de no militarizar el país.
Soñó con un nuevo estado, moderno, plural y progresista. Nos dejó, sin embargo, leyes que soportan la independencia de los órganos electorales. En 1997 transformó la Comisión Federal Electoral en el Instituto Federal Electoral, el organismo que nos ha dado estabilidad en la alternancia y respeto a nuestros datos e identidad.
Se fue Porfirio cuando veía en el futuro un “abismo”, cuando percibía que el país no iba por buen camino, que su colega el presidente López Obrador, a quien había puesto la banda presidencial, destruía instituciones. Esas mismas por las que había luchado en compañía de Cuauhtémoc Cárdenas.
Lo que no pudo ver, porque es demasiado nueva, fue la fusión de partidos y ciudadanos para combatir al país de un sólo hombre. No alcanzó a observar un jardín que comienza a florecer con la alegría y la esperanza de quienes quieren preservar y agrandar su legado democrático.
Porfirio sabía que hay un México mágico, donde siempre nos levantamos, volvemos a caminar pero con el ánimo de correr, de alcanzar al mundo de hoy, ese que conocía tan bien. Porque Porfirio era un hombre preparado en las leyes pero también en la cultura y la diplomacia. Maestro docto, orador elocuente y conversador de monólogos interminables, Porfirio fue polémico pero sabio, fue intransigente, pero creativo.
Recuerdo el jueves 11 de Julio de 1991 poco antes de la una de la tarde. Porfirio Muñoz Ledo estaba sentado en la silla de mi escritorio, donde le gustaba trabajar a ratos durante su campaña política para gobernador. Faltaba un mes para la elección. Ramón Aguirre, Vicente Fox y Muñoz Ledo competían; PRI, PAN y PARM.
Sabía que en unos minutos el cielo de mediodía iba a convertirse en noche momentánea por el eclipse, el más largo que nos ha tocado. Salimos a la calle asombrados por el fenómeno. Le nació alzar los brazos y decir: “Este es el eclipse que anuncia el fin del PRI”. Luego tomamos un trago.
Era común que pidiera un vodka para animar la conversación. También pedía que le hicieran algunas llamadas y luego retomaba la conversación. Sus anécdotas y referencias eran soporte de reuniones interminables.
Su sueño siempre fue la presidencia desde que Luis Echeverría lo hizo “presidenciable” a mitad de los setentas, pero su vocación, su pasión, era ser parlamentario. Porque era el sistema democrático que más le gustaba.
Cuando se le metió en la cabeza competir por la gubernatura del estado, inventó una historia increíble: él era guanajuatense porque los “Muñoz Ledo” de Apaseo, eran sus parientes; entonces, por Ius Sanguinis (derecho de sangre) podía competir en el estado donde no nació y tampoco residió.
Cuando pronosticó el “eclipse” del PRI en 1991, no contaba que aún le quedaban dos presidencias tricolores, la de Ernesto Zedillo y la de Enrique Peña Nieto. Quienes lo conocimos y aprendimos de su erudición y experiencia, sólo podemos levantar los brazos -como lo hizo él- y declarar que su semilla democrática no terminará en un barranco, sino en un frente político rico en colores y variopinto en ideas, muy distinto a lo que él imaginó. La historia lo reconocerá en su justa dimensión.