El gobierno municipal se despabiló y tuvo la feliz iniciativa de construir muchas obras. Valdría la pena recordar al gran constructor de Guanajuato, el Lic. Juan José Torres Landa. Es una historia lejana porque fue hace 62 años cuando comenzó la gran transformación de nuestra tierra.

Al asumir el poder llamó a sus colaboradores para darles sencillas indicaciones de cómo sería su mandato: “Tengo la limitación constitucional de gobernar durante un sexenio y no me puedo reelegir, pero nada nos impide trabajar día y noche en todas las obras que hagamos”. Eso fue en el frente de la obra pública.

Todas las obras relevantes las construyó día y noche. Van algunos ejemplos: la deportiva de Léon, llamada Enrique Fernández Martínez o Deportiva del Estado, la construyeron en 120 días a un costo de 8 millones de pesos. Para lograrlo trabajaron día y noche. Esa deportiva que ha dado tantos frutos para el deporte y el esparcimiento familiar, se agrandó con el tiempo, pero en su origen tomó 4 meses su construcción.

El llamado “Eje” Adolfo López Mateos era una obra complicada en lo político y en lo constructivo. Hubo que derribar cientos de casas y enfrentar la ira natural de quienes veían una enorme bola de acero destruir sus propiedades. Torres Landa imaginó que esa avenida sería la punta de lanza del crecimiento de una ciudad que entonces tenía 250 mil habitantes. La obra fue inaugurada en menos de un año.

Igual construyeron la maravillosa calle subterránea del Padre Hidalgo en Guanajuato, la explanada de la Alhóndiga y la salida a Dolores. Qué decir de esa entrada impecablemente blanca que había en nuestra capital conocida como “Los pastitos”. En Celaya fue igual con la réplica del bulevar López Mateos y en todos los pueblos se construían pavimentos, drenajes, iluminación y se rescataban monumentos coloniales como el Convento de Yuriria, al que se le quitó todo lo que tenía alrededor para mostrar su grandeza arquitectónica.

Guanajuato contaba apenas con 2 millones de habitantes, la tercera parte de lo que tenemos hoy, pero la limitante para el estadista no era el dinero ni la voluntad. Sabía que su único adversario era el tiempo y para conquistarlo había que trabajar tres turnos sin parar.

Viene este recuerdo porque da lástima ver cómo se dilatan las obras en nuestras ciudades. 

Desde el remiendo de un bache, la instalación de una estación del SIT o la ampliación del Malecón del Río, las obras se prolooooongan y proloooooongan. Parece que el sentido de urgencia se fue de vacaciones junto con los funcionarios.

Después de las 4 o 5 de la tarde las excavadoras, compactadoras y demás maquinaria espera trabajo para el día siguiente, perdiendo tiempo. En las horas pico todo se congestiona porque, al tratar de tomar rutas alternas, no cabe el flujo de vehículos en otras avenidas.

Los ciudadanos debemos de ser pacientes y entender que hacer obra pública es una tarea desgastante, pero también los gobernantes deben ser conscientes de la pérdida de horas hombre mientras esperamos durante cuatro o cinco meses más sin sentido. Hay que hacer el reto a la alcaldesa Alejandra Gutiérrez y a nuestro Ayuntamiento. Una apuesta sencilla: construyan día y noche. Jamás querrán volver al tortuguismo de un turnito diurno mientras los meses pasan.

Cualquier constructor sabe que hay luminarias para volver la noche en día. No hay pretexto. Lo hicieron hace 60 años con mucho menos tecnología, cómo no lo vamos a poder lograr hoy. 

 

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *