Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, se dirigió a la linda joven que bebía su copa en el lobby bar del hotel, y de buenas a primeras le hizo una proposición indecorosa. Ella se molestó bastante. Le dijo con enojo: “No soy una mujer pública”. Ofreció el lúbrico sujeto: “Lo haremos en privado”. Alguna vez pensé, también en privado,  que Luis Donaldo Colosio Riojas era el único que podía presentar una candidatura opositora viable en la elección del 24. Basaba mi creencia en el hecho de que la gente guarda el recuerdo de su padre, y habría querido compensar al hijo, dándole su voto, por la trágica muerte de quien era promesa de cambio para México. Compartí luego ese pensamiento con buenos amigos conocedores de la política, y estuvieron de acuerdo conmigo. Sin embargo, el joven alcalde de Monterrey, con buen sentido, no mostró deseos de participar en la contienda actual. Su decisión fue acertada, pues su extrema juventud habría sido un factor contrario a él. Quizá en seis años más, con mayor experiencia y madurez, pueda ser un buen prospecto para ocupar el sitio que la perversidad arrebató al infortunado sonorense. He aquí, no obstante, que de pronto Andrés Manuel López Obrador nos regaló una excelente candidata. Al atacar con mentiras a Xóchitl Gálvez, y al cerrarle las puertas del Palacio Nacional, patrimonio de todos los mexicanos y no residencia particular propiedad suya y de su familia, AMLO dio nacimiento a una candidatura que ahora lo trae visiblemente fuera de sí, y aun espantado. La nueva sección de su diatriba mañanera, la llamada “No lo digo yo”,  destinada a denostar a quienes lo critican, está claramente diseñada para ir luego, más cercana la fecha de la elección presidencial, contra esa señora que posee todas las cualidades que López ha señalado en el pueblo mexicano y ninguno de los problemas de clase, apellido y falta de carisma que tienen sus dos principales corcholatas. Hemos de prepararnos, pues, para ver cómo la jauría al servicio del autócrata le ladrará un día sí y el otro también a Xóchitl Gálvez. Desmañados, torpes y sin sustento alguno se ven esos ataques, como el del tal Víctor Romo, quien se prestó en modo lacayuno a levantar acusaciones contra ella por supuestos hechos sucedidos hace siete años, y que hasta ahora denuncia virilmente, casualmente y tardíamente. Triste papel hace ese señor. En vez de deshonrar se deshonra a sí mismo. El ejercicio de la política obliga en ocasiones a incurrir en indignidades, ya sean pequeñas, medianas o mayúsculas, pero no debe nunca llevar a la abyección. A los abyectos, una vez utilizados, se les descarta, y después ya no los quiere nadie. Hagamos caso omiso de los ataques contra Xóchitl Gálvez. Los inspira el miedo de López Obrador. Y un autócrata con miedo es peligroso, pues su temor le quita al mismo tiempo el buen sentido y la decencia. La esposa le contó a su marido: “Anoche que no estabas en casa un hombre entró en nuestra recámara”. “¡Qué barbaridad! -se alarmó el tipo-. Y ¿qué se llevó?”. Respondió la señora: “Tanto como llevárselo no se lo llevó, pero yo creí que eras tú”. Noche de bodas. La recién casada era inocente, ingenua, cándida. Nada sabía de las cosas de la vida. (Esto que narro sucedió en 1874). No obstante su inocencia, gozó cumplidamente el acto de consumación del matrimonio, pues el novio era diestro en amores, y la condujo en forma delicada y tierna por la florida senda del placer carnal. Acabado el trance ella miró la entrepierna de él y le preguntó a su maridito, temerosa y desilusionada: “¿Eso es todo lo que quedó para mañana?”. FIN. 

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