Hay una distancia enorme de nuestros últimos cuatro presidentes con la figura de un estadista. La alternancia trajo tres cambios de partido pero no a un líder que cumpliera promesas de campaña. Vicente Fox, Felipe Calderón, Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador quedaron mucho a deber. 

Viene esta reflexión por los “perros osos” que vimos y vemos en los cuatro últimos presidentes. Vienen los ejemplos: ¿usted se imaginaba a un expresidente mexicano disfrazado con una peluca y una gorra de beisbol cenando con su novia en un restaurante de Nueva York? Un presidente con un historial de corrupción que ha sido protegido por su sucesor sin el menor pudor. 

Tampoco imaginamos al secretario de Seguridad de Felipe Calderón, Genaro García Luna, a la espera de sentencia en una prisión de la misma ciudad en donde chacoteaba Peña. 

Todos tuvieron la oportunidad de cambiar el curso del país pero dedicaron su tiempo a temas de frivolidad incomprensible. Fox prometió atrapar a los peces gordos de la corrupción del PRI. Jamás lo hizo. Dedicó el tiempo a divagar, viajar con su nueva esposa y a no escuchar a los verdaderos expertos. Además permitió las andanzas de sus entenados en el mundo de los negocios, favorecidos por la posición privilegiada. 

Felipe Calderón prometió por igual transformar al Estado mexicano en una sociedad donde prevaleciera la Constitución y no la ley de las organizaciones criminales. Lo hizo con tal imprudencia e impericia que solo aumentó el nivel de homicidios, fue el comienzo de la barbarie que hoy vivimos. Jamás combatió o tuvo la preocupación de vigilar la hacienda pública de los estados, donde los gobernadores, libres de actuar en la total impunidad, rompieron la esperanza de millones de ciudadanos. Guanajuato fue un caso de falta de rendición de cuentas y corrupción desde que Juan Carlos Romero Hicks dejó el gobierno. 

Peña Nieto rompió récord de corrupción e impunidad. Cuando se descubrió su “Casa Blanca”, construida con un costo de 8 millones de dólares, apenas asomaba una punta de la corrupción que fue su sexenio. Aun cuando metió a la cárcel a varios gobernadores, sus cercanos y él mismo, lucraron con contratos multimillonarios. Un ejemplo sencillo fue la asignación directa de la construcción del hangar presidencial a la constructora de su compadre, Juan Armando Hinojosa.

El presidente López Obrador ofreció lo mismo que sus antecesores pero recargado: combatir la corrupción; pacificar al país y hacerlo seguro; atender primero a los pobres por el bien de todos;  tener servicios universales de salud como Dinamarca y respetar las instituciones y la ley. El resultado todos lo conocemos. 

El último gran estadista fue Ernesto Zedillo. Cada día que pasa su silencio habla mucho de su capacidad y lealtad al país. Zedillo asumió el poder en medio de una crisis política y económica. Al principio tuvo errores que exacerbaron el hundimiento por la pronunciada devaluación del peso. Luego compuso todo. Tuvo el valor de meter a la cárcel a Raúl Salinas de Gortari.

Lo más importante: respetó la voluntad popular cuando ganó Fox y ayudó a una transición sin precedente. Fue el último estadista. Hoy las empresas multinacionales buscan a México por la cantidad de tratados de libre comercio que Zedillo promovió. Su dimensión la vemos en su reconocimiento internacional, como maestro, economista y visionario.  (Continuará). 

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *