Si un recién casado se ve feliz, todos saben por qué. Si a los 30 años de casado se ve feliz, todos sospechan por qué. Un individuo tenía constantes pleitos con su esposa. Cierto día le anunció que se iba a divorciar de ella para casarse con una mujer bastante más joven. Le dijo: “Sé que con ella voy a tener los mismos pleitos que contigo, pero ella tiene más con qué reconciliarnos”. Preguntaba aquel señor: “Si no creo en los aparecidos ¿entonces  por qué se me aparecen?”. Extrañamente el dicho señor, que no creía en espectros o fantasmas, sí daba crédito a brujos y hechiceros. Acudió a uno y le contó: “Un hombre pronunció hace 30 años unas palabras con las cuales arruinó mi vida y me hizo desdichado para siempre. Vengo a ver si usted puede librarme de esa maldición”. Le indicó el brujo: “Para hacer ese trabajo necesito saber exactamente cuáles fueron las palabras que aquel hombre pronunció”. Con rencoroso acento respondió el señor: “Fueron: ‘Los declaro marido y mujer'”. Dulcilí, chica soltera, les anunció a sus padres que estaba in the family way, como dicen los americanos, o sea embarazada. Exclamó llena de azoro la mamá: “¡Cómo!”. Intervino, amoscado, el genitor: “El cómo ya lo sabemos. Lo que necesitamos es que nos diga el con quién”. He recordado aquella lápida mortuoria: “Aquí yace la señora Fulana de Tal. Hija ejemplar. Madre abnegada. Esposa regular”. Vicente Fox fue un excelente candidato y un presidente menos que regular. Estoy convencido de que con Francisco Labastida a México y a los mexicanos nos habría ido mucho mejor. Pero soplaron en esa época vientos de fronda y Fox y Marta Sahagún llegaron a la Presidencia. El poder ensoberbeció y encegueció a la señora en tal manera que se sintió ella misma presidenta. Se habló en aquel sexenio de “la pareja presidencial”. En mi columna le dije a Fox que al asumir la máxima magistratura había ceñido banda, no mandil. De aquellos tiempos ya lejanos datan los enfrentamientos entre el guanajuatense y López Obrador. Y sin embargo, ambos tienen una característica común: los dos son hombres de muchas palabras, pero de muy pocas letras. Eso explica las pedestres actitudes de AMLO, y explica también el grave yerro de Vicente Fox al denostar por sus orígenes a Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard. La desmañada disculpa que luego publicó no disminuye en nada la torpeza de su acción, que refleja la incultura del ex Presidente. Hizo muy bien Xóchitl Gálvez al deslindarse de Fox, con quien ciertamente trabajó en una época, pero eso no la liga en modo alguno al personaje. Un gran servicio prestarían a la República tanto AMLO como Fox si aprendieran el arte de callar a tiempo. Desde luego la facundia del hombre de San Francisco hace infinitamente  menos daño a la Nación que la diaria palabrería del señor de La Chingada, pero aun así a ambos les vendría bien pensar bastante más y hablar bastante menos. Eran las 11 de la noche, y el médico veterinario estaba en la cama con su esposa. En eso sonó el teléfono. La que llamaba era doña Modesta, a quien él en secreto le decía doña Molesta, porque frecuentemente le hablaba en altas horas de la noche, y aun en la madrugada, para asuntos nimios relacionados con su perrita poodle. El médico escuchó el nuevo apuro de doña Modesta: “Doctor: la Fifí se salió de la casa y tuvo trato indebido con un perro callejero. Se quedaron pegados. ¿Qué hago para despegarlos?”. Al punto le indicó el veterinario: “Dígale al perro que le hablan por teléfono”. “¿Funcionará eso, doctor?” -dudó la señora. Hosco y malhumorado respondió el facultativo: “Conmigo y con mi esposa funcionó”. FIN. 

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