Llegaron y destruyeron la Reforma Educativa aprobada el sexenio pasado. Un avance indispensable para ubicarnos, una ayuda técnica para la superación del magisterio. Se regocijaron en quitar las evaluaciones. No habría calificación ni orientación para el maestro, ni ayuda a los alumnos para conocer su avance real. Mataron el sentido del mérito y la sana competencia.
Luego soñaron con destruir el pasado de un tajo e inventarse una nueva era para agradar al autócrata y su familia con mentiras hechas dogmas (el presunto fraude del 2006). Para lograrlo ubicaron a funcionarios dóciles e incompetentes en los puestos clave de la Secretaría de Educación como Delfina Gómez y la actual, Leticia Ramírez.
Al final del sexenio, pretenden que un fanático sea el guía de la pedagogía nacional. Todo a pesar de haber sufrido el retroceso más grande de nuestra historia reciente con la tragedia del COVID-19.
Mostraron su mediocridad y fanatismo en la llamada “Nueva Escuela Mexicana” con los libros de texto gratuitos, estandarte de su ignorancia. Tan sólo en un libro encontramos 215 errores ortográficos, de dedo o de ubicación. Textos incompletos sin las herramientas para que los alumnos avancen a la preparatoria.
Xóchitl Gálvez narra su odisea para llegar a la UNAM sin tener la preparación de sus compañeros. Cuenta cómo tuvo que estudiar muchas más horas para actualizarse en cálculo y en otras materias. Pocos como ella se esforzaron para nivelar sus conocimientos y terminar su carrera de ingeniería. Si llega a la presidencia sería la historia más sorprendente desde Benito Juárez quien convirtiera el imperio en República.
Podemos imaginar lo que sucederá con las próximas generaciones de egresados de las escuelas oficiales. Estarán a kilómetros de distancia de la educación privada. La brecha y la desigualdad educativa crecerán; le seguirán las condiciones de vida.
El país pudo avanzar en la movilidad social gracias a la educación pública gratuita, gracias a las universidades de calidad como la UNAM, o el IPN. Una de las mejores muestras de meritocracia reciente fue la carrera del presidente Ernesto Zedillo quien estudió en el Politécnico para luego doctorarse en Yale. Hoy es uno de los especialistas mundiales en comercio global. Antes de ser mandatario pasó por la Secretaría de Educación con excelentes resultados. En encuestas es el más reconocido y respetado ex presidente de México.
No solo los más preparados provienen del ITAM, la Ibero o el TEC de Monterrey. Pero en un futuro cercano el acceso a las universidades públicas -que es y debe de ser bajo condiciones de mérito en pruebas de admisión- quedará muy lejano para quienes estudian en la llamada “Nueva Escuela Mexicana”.
Si lo que proponen Marx Arriaga y el presidente López Obrador es reducir la distancia entre clases sociales, la profundizan con millones de ciudadanos ajenos a las mejores herramientas para enfrentar el mundo de hoy, justo cuando la Inteligencia Artificial asoma las narices con enormes ventajas para la educación.
Como el mundo vive en competencia desde que nació la humanidad, será bueno en Guanajuato dejar atrás los dogmas de la SEP y sus libros. Aquí podemos crear un modelo desarrollado de enseñanza. No es necesario quemar los libros de Marx Arriaga. Solo triturarlos para reciclar su papel para algo mejor.
¿Qué se puede hacer? Aplicar las mejores prácticas de educación de otros países y dejar a un lado el temor a las evaluaciones. Finlandia, Islandia, Singapur y Corea del Sur, por ejemplo, tienen mucho que enseñarnos por su incansable lucha de educar con humanismo y calidad científica. La oportunidad está ahí, al alcance de la mano.