Aliquando bonus dormitat Homerus. Rara vez puedo darme el gusto de empezar mi artículo con una locución latina, así sea tan conocida como esta. Benévola y tolerante, enseña a perdonar los yerros propios y ajenos, especialmente en la escritura, ya que “Alguna vez hasta el buen Homero dormita”. Bisoño reportero, me angustiaba cuando incurría en alguna falla. Don Cipriano Briones Puebla, mi jefe de redacción, sabio señor, periodista de la vieja escuela, me tranquilizaba: “No se preocupe, Armando. Las verdades y las mentiras periodísticas duran a lo más 24 horas”. Otro benigno dicho afirma: “Al mejor cocinero se le va un tomate entero”. Digo todo esto porque hoy es día de San Roque, uno de los muy pocos santos del profuso santoral católico que era ya venerado por la gente antes de ser canonizado. Fue romero. Después de repartir sus bienes entre los más pobres emprendió la peregrinación a Roma. Se detuvo en un hospital para enfermos de la peste a fin de ayudar a su cuidado y ahí contrajo el mal. Para no contagiar a nadie se retiró a un bosque y habría muerto de hambre de no ser porque un perro aparecido milagrosamente cada día le llevaba un pan. Otro perro figura también en la iconografía piadosa. Es el que suele acompañar a la imagen de Santo Domingo de Guzmán, por el sueño que su madre tuvo antes de darlo a luz. Soñó a un perro con una antorcha encendida entre las fauces, símbolo del fuego de la fe del santo y de la luz que en el mundo iba a poner con su predicación. Y aquí viene lo de la dormitada  de Homero y lo del tomate entero que se le va al cocinero. López Velarde tiene un bello poema -¿cuál de todos los que escribió no es bello?- llamado “El perro de San Roque”. Escrito en versos alejandrinos, esto es decir de 14 sílabas, su principio es expresivo: “Yo solo soy un hombre débil, un espontáneo / que nunca tomó en serio los sesos de su cráneo. / A medida que vivo ignoro más las cosas; / no sé ni porqué encantan las hembras y las rosas”. Y el final del poema es sonoro: “Oh, Rabí, si te dignas, bien está que me encauces. / Como el can de San Roque ha estado mi apetito / con la vista en el cielo y la antorcha en las fauces”. Alude el poeta a la constante lucha que en él se daba entre las cosas del espíritu y las de la carne. Hermosamente dicho ese combate, pero equivocada la cita que lo ilustra, pues López Velarde confunde al perro de San Roque, el del pan entre los dientes, con el can de Santo Domingo, el de la antorcha en las fauces. Desde luego ese error sin importancia es nimiedad fútil al lado de la belleza del poema y de su profundidad. Si lo menciono es para decir que no debemos ser demasiado severos con nosotros mismos cuando incurramos en alguna equivocación. Si alguien tan insigne como el autor de “La suave Patria” tuvo esa falla, bien se nos puede perdonar las nuestras. Solo el que no hace nada y calla siempre no se equivoca. El buen Padre Ripalda contaba entre las obras de misericordia aquella de “Sufrir con paciencia las flaquezas de nuestro prójimo”. Igualmente debemos ser pacientes con nuestras equivocaciones, inherentes a la condición del hombre (y de la mujer también, si me es permitida esa aportación a la igualdad de género). Ya lo dice otra sabida frase del latín: Errare humanum est. Errar es humano. Un cierto amigo mío le decía a una cierta amiga suya: “Errar es humano; pero errar contigo es divino”. En otra forma lo dijo el gran Ramón en aquel mismo poema, “El perro de San Roque”: “Oh, Rabí, si te dignas está bien que me orientes. / He besado mil bocas, pero besé diez frentes”. La caridad ha de empezar por uno mismo. FIN. 

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