Don Severiano García, llamado con cariño el Chato por sus colegas y discípulos, era muy célebre. Ese adjetivo, “célebre”, se aplicaba a quien tenía abundancia de ocurrentes ocurrencias, graciosas gracejadas, ingeniosas ingeniosidades. Maestro de Lógica en el Ateneo glorioso de mi ciudad, Saltillo, sus logicismos eran implacables; poseían la contundencia de un argumento Aquiles, que así se nombra el que no se puede rebatir. Cierto día le ordenó al más travieso estudiante del grupo al principiar la clase: “Fulano: sal del salón”. “¿Por qué, maestro? -Se atrevió a ripostar el muchacho-. No he hecho nada”. Sentenció el Chato: “No, pero lo vas a hacer”. Hasta ahora López Obrador se ha conformado con agredir a Xóchitl Gálvez solo de palabra. No dudo, sin embargo, que si ella sigue creciendo en popularidad y AMLO la considera amenaza para su proyecto continuista, el caudillo de la 4T pasará de las palabras a los hechos, le atribuirá delitos inexistentes y lanzará contra ella a sus fiscales. Si tal hace, pienso, cometerá uno más de sus mayúsculos errores, pues hará de Xóchitl una víctima, una mártir, y la fortalecerá en igual manera que la hizo surgir como carta fuerte de la oposición cuando le cerró la puerta del Palacio que con su familia ocupa como si fuera de su propiedad, hasta el punto en que puede impedirle la entrada al recinto a una ciudadana mexicana. Ojalá persiga López a esta valiosa mujer que le ha plantado cara. Con eso el presidente se convertiría en su mejor propagandista, en el más eficaz de sus promotores. Esperemos. El galán escanció la bebida en la copa de la guapa chica. Le pidió: “Dime cuánto”. Respondió ella: “Te lo diré después”. Doña Panoplia, dama de sociedad, le presumió el guardarropa de su esposo a su más cercana amiga, doña Gules. Le dijo, ufana: “Mi marido se viste muy bien”. “Sí -admitió la cercana amiga-, pero muy despacio”… Rosibel le contó a Susiflor, su compañera de departamento: “Anoche fui al cine con mi nuevo novio. A él le gustan las películas de arte. Exhibieron una francesa. ¡Qué forma de manejar el erotismo, la sensualidad, la pasión amorosa, la lubricidad, la lujuria, todas las formas de la voluptuosidad! Al final de la función los dos nos preguntamos cómo estaría la película”. Los amores y las copas no son para contarse. Aun así es necesario enumerar las veces que Ninfona, mujer en flor de edad y exuberante, recién casada, le pedía a su marido el cumplimiento del débito conyugal: tres veces al día, y todos los de la semana, sin exceptuar siquiera los domingos. Lo solicitaba en la mañana, antes de dejar el lecho; por la tarde, tan pronto llegaba él de su trabajo, y en la noche, después de ver el último episodio de su serie favorita. Sometido a ese esfuerzo de galeote el infeliz esposo andaba ya atiriciado. Tal es el nombre popular del que sufre tiricia, así llamada vulgarmente la “ictericia”, enfermedad que pone amarillosa la piel de quien la padece, por exceso de pigmentos biliares en la sangre. En cambio, ella se veía pimpante, exultante, rozagante. (“No es lo mesmo dar que recebir”, postula don Abundio el del Potrero). Pero me estoy apartando de la historia. Vuelvo a ella. Después de una de las tres follas cotidianas la señora le recordó a su maridito que la próxima semana cumplirían un mes de casados, y le dijo que con tal motivo quería regalarle algo. Le preguntó: “¿Qué quieres?”. Con voz apenas audible respondió el lacerado: “Llegar”. Al término del amoroso trance el guerrero maya Kan le dijo a la princesa: “Dame las gracias, Nikté. Después de esto los sacerdotes ya no te buscarán para arrojarte al cenote de las vírgenes”. FIN.
 

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