Llegó la venganza de Vladimir Putin envuelta en un avión que cae del cielo después de un sabotaje. Sólo una bomba dentro del Embraer 600 Legacy pudo tumbarlo desde una altura de 9 kilómetros.
El video que circuló en todo el mundo fue claro: no era un accidente. Quien grabó el atentado, sorprendido vio y comentó la columna de humo que descendía del cielo expedida por la nave. En un segundo video sólo quedó una bola de fuego.
La venganza estaba declarada. Todo era cuestión de tiempo y no fue mucho, apenas dos meses después de que Yevgeny Prigotzhin se levantara con su Grupo Wagner de mercenarios y amenazara una guerra interna contra los líderes del ejército ruso.
Con su incursión armada al suelo ruso, había firmado su condena. Al primer enfrentamiento, sus milicias hubieran sido exterminadas sin piedad. Tuvo que intervenir otro autócrata para salvar la situación, el presidente de Bielorusia, Alexander Lukashenko.
Aunque Putin había dicho en público que Prigotzhin era un traidor, aceptó el arreglo de enviarlo con sus tropas a Bielorusia, sin embargo la suerte del mercenario estaba echada.
El viejo ex cocinero de Putin, construyó una empresa de “catering” bajo la tutela del dictador, luego una empresa criminal más lucrativa con una milicia dedicada a realizar el trabajo sucio en África, Siria y al final en Ucrania.
Putin apostó a tener un matón a sueldo para que los crímenes de guerra y de lesa humanidad cometidos, no fueran parte de la lista de horrores del ejército ruso. Además los mercenarios eran desechables, carne de cañón.
Ante la falta de soldados regulares, Rusia aceptó que Prigozhin reclutara a presos convictos para ir a Ucrania a cambio de su libertad. La historia contará cómo miles de condenados fueron directamente a la muerte en una guerra sin sentido.
En el discurso de despedida del mercenario, Vladimir Putin no tuvo empacho en decir que su finado amigo era talentoso pero había cometido errores. Dio el pésame a los familiares de los fallecidos, pero detrás de sus palabras estaba la amenaza implícita para quienes pudieran atreverse a enfrentarlo.
Dicen que el pueblo ruso sólo puede ser gobernado mediante mano dura, que esa federación no podría entenderse sin el látigo del tirano. Lo sufrieron los chechenos cuando fueron aplastados, lo sufren hoy los ucranianos. Finlandia se une a la OTAN porque sabe que en el radicalismo nacionalista de Rusia, aún creen que ese país nórdico les pertenece desde tiempos zaristas.
Rusia tiene una historia trágica de gobiernos totalitarios criminales. El ejemplo más dramático fue la tiranía de José Stalin, quien “purgó” a millones entre los asesinados y los enviados al Gulag. En México recordamos cómo mandó matar a Leon Trotsky, no porque fuera una amenaza directa, sino por haber disentido: pensaba diferente del modelo impuesto por el dictador.
Los dictadores todos se parecen en algo: purgan a quienes disienten. Los asesinan como lo hicieron Fidel Castro o el Che Guevara, pistola en mano. También los encarcelan como hoy lo hace Miguel Diaz-Canel en Cuba. Qué decir de Kim Jong Un, de Corea del Norte, quien hasta a sus parientes mandó matar.
Pareciera que en el Siglo XXI aún queda mucho por hacer para que prevalezca la civilidad de las democracias, único sistema posible para eliminar las guerras y la posible extinción de nuestra especie mediante conflagraciones nucleares. Único sistema que debe prevalecer en México.