Dos siglos de vida no es mucho para un pequeño país. Con unas 8 generaciones desde su fundación, la entonces provincia de Guanajuato no tenía el menor parecido con el de hoy. En 1823, según datos de la época, había unos 400 mil habitantes. Once por cada km2 de territorio.
México era otro. Extenso, llegaba hasta el norte de California y lo que hoy es Utah al Oeste y hasta Tejas al Este. Al sur, justo hace doscientos años, Guatemala y Nicaragua se separaron de lo que fuera la “Nueva España”. El mapa nombraba a Michoacán como Valladolid; Tamaulipas como Santander; Chihuahua era la provincia de Nueva Vizcaya; Guanajuato ya era Guanajuato; Nuevo León era el Nuevo Reino de León. (Va de regreso con Samuel y Mariana).
El país tenía 6.5 millones de habitantes, algo parecido al Guanajuato de hoy. Nuestro territorio era agrícola y minero, las ciudades ganaban y perdían habitantes como sucedió con Guanajuato y luego con Mineral de Pozos. La esperanza de vida no era mayor a los 30 años.
La mayoría de los fallecimientos eran al nacer o en los primeros años de vida. Muy pocos (el 1%) llegaban a la edad en que escribo (68 años). Las pandemias y las plagas hacían impredecible esa esperanza de vida que hoy llega a los 71 años (75 antes de la pandemia).
Debió ser una vida más difícil y desigual donde menos del 10% de la población sabía leer y la Iglesia tenía la mitad de la renta (ingreso) nacional. Apenas el 18% sabía leer al final del Siglo XIX.
Guanajuato apenas duplicó la población a 800 mil en 1895 y luego se multiplicó por 8 hasta llegar a los 6.4 millones de hoy. Por fortuna el crecimiento será más leve y, según los demógrafos, se estabilizará en 2035, entre los 7 y 8 millones.
Hay cierta fascinación al hurgar sobre el pasado, pero lo más divertido es la especulación sobre el futuro. Los niños que nacen hoy podrán tener una esperanza de vida de un siglo. A los nietos les decimos que serán ciudadanos del Siglo XXII. Al menos eso esperamos. Pero más cerquita, digamos en 2050, Guanajuato podría ser parecido a un pequeño gran país.
Tenemos la población de El Salvador, Dinamarca, Serbia, Paraguay o Bulgaria. Aunque parezca que estamos atados totalmente al destino que marque la federación, hay muchas, pero muchas cosas que podemos hacer para crecer y evolucionar mejor que el resto del país.
Nada nos impide lograr el ingreso que tiene Nuevo León o Chihuahua; en nuestras manos está lograr la seguridad de Yucatán y Coahuila; es nuestro potencial lograr un estado seguro, próspero y con la mejor educación del país. Tenemos la ventaja de lo compacto, de la densidad, del clima y, sobre todo, el carácter laborioso de mujeres y hombres.
En el futuro cercano sucederá algo inusitado: los países pelearán por tener inmigración, por atraer jóvenes para cuidar a sus viejos, para revitalizar su fuerza de trabajo y poder sostener el envejecimiento de su población. La inteligencia artificial, que es una nueva revolución, acelerará la productividad de todo. Eso está a la vuelta de la esquina, cuando mucho en una década la mayoría de los procesos de producción serán realizados o apoyados por la Inteligencia Artificial Generativa.
El futuro, con todo y las desgracias del presente, siempre será mejor.
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