No puedes dejar que tus fallas te definan; tienes que permitir que tus fallas te enseñen”. 

“Nadie nace siendo bueno para todo”.

Barack Obama

 

Los ocho años del gobierno de Barack Obama fueron una delicia cuando oímos al presidente norteamericano. Siempre que hablaba había un mensaje de vida envuelto en su discurso político. Por fortuna sus palabras están en Youtube para quien quiera disfrutarlas.

Sus abultadas memorias publicadas después de su mandato, también fueron grabadas en audio. Son magistrales. 

Pero Obama no siempre tuvo la elocuencia en la punta de la lengua, un hombre preparado jamás improvisa todos sus discursos, sobre todo los de largo alcance, aquellos donde ninguna palabra podría estar de más o de menos porque definen el destino de un país. La elocuencia es una virtud que se aprende a lo largo de la vida. Hay quienes tienen mayor talento y facilidad, pero los grandes tribunos deben tener preparación. 

Winston Churchill, uno de los políticos más elocuentes del Siglo XX, salvó al Reino Unido de la derrota con el poder de su palabra. Sus discursos apasionados hacían vibrar la piel y el cabello de sus compatriotas. Su talento era reconocido desde joven, pero no era algo improvisado. En la biografía escrita por Andrew Roberts, llamada “Caminando con el destino”, narra que Churchill podía declamar de memoria mil líneas de las obras de William Shakespeare.

Viene esto a cuento porque los del partido oficial critican a Xóchitl Gálvez por usar teleprompters (pantallas) para seguir su discurso. Esa es la mejor porra que le pueden hacer a la líder de la oposición. Su discurso del domingo no sólo fue bueno, fue extraordinario. La puso en el centro del debate de nueva cuenta con una oratoria cuidadosa, pulida, y sobre todo, profunda.

¡Vida, verdad y libertad!, se convirtieron en los tres ejes de su discurso. Un millón, sí un millón de personas que no debieron morir por la pandemia, la falta de medicamentos y la violencia criminal en el país, apuntalaron la primera idea. El valor de la verdad que está ausente y es indispensable para cualquier líder honesto; libertad, palabra con la que triunfó Javier Milei en Argentina, (“¡carajo!”), serán los ejes de su campaña.

El contenido es lo importante, no importa si lo lleva en un papelito, en un moderno teleprompter o se lo dictan en un “chicharito” en la oreja. Mientras Xóchitl hable con claridad el discurso del oficialismo queda corto con las ideas repetidas y el sonsonete de López Obrador. 

La crítica de la falta de espontaneidad de Xóchitl es otra gran mentira. La candidata está ahí por sus buenas ocurrencias, porque tiene chispa, simpatía y sabe ser irónica sin ofender. Cuando se paró frente a la puerta de Palacio sonreía porque no la dejaron entrar. Ese fue el momento en el que su destino cambió y el de la contienda presidencial. 

El teleprompter es una forma moderna de llevar un “apunte”. Todos los jefes de estado lo usan cuando no hay lugar a titubeos, a errores o a imprecisiones que puedan costar mucho. Es muestra de profesionalismo y de palabras bien meditadas.

Obama lo usó, Bush y Clinton lo usaron cuando había que enviar un mensaje a la nación. Xóchitl debe estar feliz de que esa sea la crítica ordenada desde Palacio. 

 

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