La tentación de permanecer la tienen casi todos los presidentes desde que tenemos memoria. Cómo no recordar la intención de Luis Echeverría al usar todos los recursos a la mano para llegar a ser Secretario General de las Naciones Unidas. Después de su fallido intento de formar un grupo de naciones “tercermundistas”, Echeverría hizo hasta lo imposible para seguir en el pandero.

Basta decir que su fracaso, la crisis económica de 1976, lo mandó al hoyo de la historia al devaluar el peso después de  casi cuatro sexenios de estabilidad. Hoy es recordado como el populista que destruyó el incesante crecimiento obtenido desde Manuel Ávila Camacho. Su ambición de poder no tenía límites más que los marcados por la Constitución.

El siguiente intento de perpetuar el poder lo tuvo Carlos Salinas de Gortari. Pocos lo recuerdan, pero el éxito de sus primeros años hizo creer a sus seguidores más fanáticos  que su grupo podría controlar el país los siguientes 4 sexenios.

El final trágico de su sexenio impidió que fuera postulado a la presidencia de la OMC, (Organización Mundial del Comercio). Terminó exiliado y con su hermano Raúl en la cárcel sentenciado por el homicidio de su cuñado Francisco Ruiz Massieu.

A Vicente Fox también le gustaron los cantos de las sirenas a medio camino cuando tuvo la ocurrencia de sugerir que Martha Sahagún, su esposa, pudiera sucederlo. El sueño guajiro le duró poco porque la realidad imponía atajar el ascenso de López Obrador. Ni Felipe Calderón ni Enrique Peña Nieto tuvieron siquiera la menor mención de que tuvieran un “legado”. Terminaron mal porque pasaron el poder a la oposición, al contrincante.

Ahora el presidente mañanero quiere perpetuar su invento de la 4T, imprimiendo cambios en la Constitución con propuestas que acrecientan el poder presidencial en detrimento de la democracia. Quizá lo haga porque crea que su sucesora -quien sea- tenga que seguir el guion populista de su mandato. El riesgo es que pueda lograrlo si la elección de junio le entrega una mayoría calificada (más del 66% de los diputados). Tendría septiembre, su último mes de gobierno, para entregar un paquete de leyes que haría imposible gobernar a la sucesora.

Por fortuna la historia enseña que muerto el rey, surgirá una nueva reina. Con la banda atravesada en el pecho, Xóchitl enviaría a López Obrador a su rancho. Si fuera Claudia, lo más probable es que se olvidara de su líder, de la 4T, de las mañaneras y de buena parte de los sicofantes que pululan alrededor del “proyecto”.

A López Obrador le faltan 237 días para entregar el cargo y (94 + 23) para que tengamos presidenta electa. El declive del poder presidencial disminuye de inmediato después de la elección. La “cargada” se va al futuro. La sabiduría de la no reelección permite una renovación de cuadros y con más razón si hay alternancia.

Sea cual sea el resultado de la elección, López Obrador se irá a “La Chingada”, con mayúscula porque es el nombre propio que él mismo escogió para el lugar de su retiro.

Desde ese edén en Tabasco no tendrá más peso político. Sus días de poder estarán atrás y su única actividad en el retiro será escribir sus memorias fantásticas del país que no pudo construir. Sus ocurrencias no serán más actos de gobierno. 

**Si votas, nunca perderás el poder de decidir**

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