Estuvimos ahí de nueva cuenta para defender nuestras instituciones, para manifestar nuestro malestar a quienes nos quieren llevar al pasado. Fuimos porque no tenemos opción si queremos dejar un mejor país a nuestros hijos. Presentes ahí porque sabemos que solo unidos podemos cambiar el rumbo equivocado de México.
La marcha fue más grande que la anterior. La gente lo decía y lo sentía, en la plaza lo comprobamos. Ahora fueron varias generaciones en el discurso. La voz del joven Pablo Marín, la de Gustavo Guraieb y la de los animadores, explicaron lo que todos queremos, que no nos impongan jueces, instituciones electorales controladas al estilo Manuel Bartlett o rastrillen los órganos autónomos para esconder corrupción y desastres.
En la marcha hubo de todo, incluso insultos en mantas al presidente. La idea era y es que nuestra voz, unida, clame por conservar y aumentar las libertades ciudadanas, comenzando por el respeto al voto y la celebración de elecciones libres sin la mano metida del gobierno. “La democracia no se toca” fue la frase de la secuencia después de que el presidente quiso destruir al INE, después de que intentara quedarse con todo lo que no está a su alcance.
No faltaron mantas amarillas donde el insulto al presidente desdeñaba con la marcha propositiva y ciudadana. Aunque la reflexión queda: no podemos coartar la libertad quienes luchamos por ella. El temor era la infiltración de “reventadores”, gente del partido oficial, del Gobierno federal que quisiera mostrar un rostro violento a miles de personas pacíficas que marcharon y se concentraron para gritar democracia y libertad.
No participaron los corruptos, como dijo AMLO, tampoco quienes quieren conservar sus privilegios. Fueron ciudadanos de clase media que pagan sus impuestos y contribuyen con su trabajo cotidiano o sus empresas y su empeño en hacer un México mejor.
Ninguno, que yo sepa, vive en un palacio rodeado de vallas metálicas, protegido con cientos de guardias presidenciales, ayudado por enjambres de sirvientes que tienden sus camas, cocinan para docenas y atienden al llamado inmediato del poder.
Tampoco son potentados inmobiliarios como Manuel Bartlett ni tienen casas en la Avenue Foch de París como Alejandro Gertz Manero, el fiscal a modo. Quienes anduvieron por las calles de nuestras ciudades y en el zócalo capitalino son gente de bien que nunca vivió por años de sobres amarillos.
A muchos los saludamos porque son de la misma comunidad, conocemos sus trayectorias de vida, su valor inagotable para salir adelante en profesiones, empresas o trabajo público.
Porque las marchas y concentraciones no sólo fueron una muestra de inconformidad, sino un reencuentro necesario entre quienes pensamos, trabajamos y vivimos en una comunidad democrática desde hace más de 30 años.
Es cierto que deberíamos de marchar y luchar por más, por mucho más; por las y los desaparecidos y sus familias; en contra de los homicidios constantes y feminicidios inaceptables. Debemos marchar por nuestros policías caídos en el deber y los adolescentes y niños, víctimas de la indolencia federal, estatal y municipal. Son asignaturas pendientes de una sociedad que no puede conformarse con la voz de un sólo hombre, con las injurias y los insultos fuera de lugar después de haber trabajado toda una vida por la democracia.
La democracia es el principio, el fin es la conformación de un estado libre e institucional, donde la ley sea la ley, las oportunidades sean para todos y el respeto a la pluralidad sea norma de convivencia. La siguiente estación es el 2 de junio. Vayamos a la cita.
**La vida es una marcha perpetua, vota por ella**