Xóchitl Gálvez se desprendió de un chicle o de un dulce y lo pegó por ahí. La cacharon porque los videos jamás se despegan de los personajes como ella. Algunos le dieron mucha importancia a un gesto poco higiénico. El tema fue de chismorreo. Tan inesperada fue la pifia que muchas personas de buenas costumbres y refinada educación se sintieron tristes.
Deambulando por la calle de la literatura, recordé algunos pasajes para comprender que la vida es así, llena de sudor, flatulencias, eructos y, en ocasiones, pequeñas muestras inconscientes de conducta inadecuada.
Primero vayamos con F. Scott Fitzgerald y su obra maestra el Gran Gatsby. Justo al comienzo de la novela, Nick Carraway, el personaje que narra la vida de Gatsby, recuerda el consejo que le dio su padre: “Cuando te den ganas de criticar a alguien, sólo recuerda que toda la gente en este mundo no tuvo las ventajas que tú tuviste”. Carraway era un joven educado y con academia. Gatsby era un aspiracionista enamorado.
Xóchitl nunca tuvo educación en un colegio de monjas teresianas donde le enseñaran las mejores costumbres, una educación refinada o cómo comportarse en sociedad. Ella empujó y empujó con tenacidad e integridad su vida, algo más valioso que los mejores modales o la fineza social.
Vale recordar al Quijote de la Mancha, quien cabalgaba con su amigo Sancho Panza, que en una ocasión comió demasiado y no tuvo más remedio que expulsar gases. Cervantes lo cuenta y le da humanidad a su relato. Como ese, El Quijote está lleno de estampas simpáticas y pintorescas, de ahí su humanidad.
El mismo relato escribió James Joyce en Ulises, su obra magna. Leopold Bloom va por la calle y, con una onomatopeya, Joyce narra una prolongada descarga de gases de Bloom al deambular por las calles de Dublín. La diferencia con Cervantes es que lo hace sonoro para que lo escuchemos en nuestra mente. La crítica ignorante tachó de vulgar y hasta pornográfica la novela.
John Banville, escritor irlandés y ganador del premio Man Booker del Reino Unido, en su novela “El Mar”, narra con una exquisita prosa el problema de los efluvios corporales de la gente mayor, traídos a la memoria por su personaje central Max Morden. Banville construye oraciones riquísimas en lenguaje y compleja visualidad de su entorno. Es de los escritores que no dicen sino muestran con todos los sentidos. Olfato incluido.
No todo son olores, chicles pegados o dulces desechados en una mesa; tampoco lo son los ruidos gástricos; Shakespeare nos hace oler, sentir y revivir el amor adolescente en Romeo y Julieta o la infinitud de la mujer que es mejor que un día de verano en su soneto número 18. Qué decir del olor de nuestra mortalidad en Hamlet.
Quien cambie su opinión de Xóchitl por un error inconsciente y casi mecánico podría verse en el espejo y recordar que todos alguna vez y en algún momento hemos perdido la buena educación. Claudia Sheinbaum pudo estudiar ballet, expresión refinada del arte. Xóchitl vendía gelatinas. Las dos superaron su circunstancia inicial.
**Vota sin ponerle un chicle a la boleta**