Revisar la historia es fácil, lo importante es poder predecir. ¿Quién pensaría que Cuba sería, después de 65 años, uno de los países más pobres, sucios, desesperanzados, sin libertades y estancados del continente?

Antes de la Revolución tenía problemas sociales y desigualdad, pero su economía era una de las más sólidas del hemisferio. Contaba con el mayor número de electrodomésticos por hogar, con más autos por persona que cualquier otro país latinoamericano. Tenía la más extensa electrificación también.

Su problema era el dictador Fulgencio Batista, quien ahogó la democracia para beneficio de una minoría de inversionistas locales y norteamericanos dueños de las haciendas azucareras, industrias y el turismo de juego con la ayuda de la mafia. Aún así el futuro capitalista de la isla era prometedor. Un cambio democrático dentro del capitalismo hubiera sido suficiente para equipararse, por lo menos, a Chile.

Asumieron la ideología marxista, sin libertades y sin iniciativa privada. Se repartieron tierras, casas y los bienes de producción se estatizaron con la expropiación de todo. Rusia le tendió la mano para ir un paso adelante en la guerra fría.

Fidel Castro era mal administrador y desde que comenzó a gobernar en los sesentas se echó a cuestas la tarea de moldear el sistema económico de Cuba. En 1970 quiso dar lecciones de esfuerzos comunitarios (comunistas) con una meta nacional de producir 10 millones de toneladas.

Para lograr su ocurrencia puso a todo mundo en la zafra. Amas de casa, maestros, estudiantes y hasta burócratas. Todos, en edad de hacerlo, deberían ayudar a la gran gesta. Fue un desastre moral y económico. Un estudiante podía cortar 200 kilos de caña mientras un zafrero de oficio producía 2 toneladas diarias. Para la población urbana fue un sacrificio inútil. Al final de la cosecha apenas se lograron 8.5 millones. El pueblo, en su conjunto, había salido cansado y derrotado. La mala administración de recursos humanos y materiales, la dictadura, que nunca se fue, mantiene a Cuba en la miseria y la desesperanza. Hoy apenas producen 500 mil toneladas, una veinteava parte de la meta de Fidel.

Mientras eso sucedía en Cuba, en Singapur, Lee Kuan Yew abrió la mente y escuchó a un economista holandés de la ONU, llamado Walter Winsemius, quien le recomendó abrir la economía y descartar impuestos aduanales a importaciones y exportaciones. Poner tasas bajas impositivas a las empresas y a las personas.

Otro secreto: ahorrar e invertir a lo grande. De cada nómina se descontaba el 25% al trabajador y la empresa aportaba otro tanto. La masa de ahorro iba a un fondo de pensiones establecido desde que era colonia británica: El Fondo Providente Central (Central Provident Fund). El ahorro se usó para dos cosas: financiar la construcción masiva de viviendas e infraestructura para atraer inversiones extranjeras. Una gran formación de capital fijo y seguridad social. El 90% de la población tiene casa propia.

En lugar de cerrarse al capital como Cuba, en Singapur atrajeron todo el que pudieron de donde viniera. Imitaron a Suiza, crearon un paraíso fiscal en los tiempos que no era mal visto. En diez años, para 1970, el país era ejemplo con Taiwán, Corea del Sur y Hong Kong, los cuatro tigres asiáticos. Hoy rebasa a todos en casi todo. 

Ha sido tal el éxito de la visión de Lee Kuan Yew (fallecido en 2015) que el ingreso por habitante de la isla es de unos 80 mil dólares. Tiene libertades fundamentales, un parlamento pluripartidista aunque domina un solo partido (PAP). Su éxito sirve de modelo a países, estados y ciudades de todo el mundo. Curioso que un país devastado por un genocidio como Ruanda, en el África Central, es uno de los más exitosos alumnos de la Singapur, que no ha escatimado nada para transferir sus conocimientos económicos y políticos a ese lugar. Pero esa es otra historia. 

 

**Los votos no se guardan, hay que sufragar**

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