En el verano del 2015, el entonces embajador de México en Singapur, Rogelio Granguillhome Morfín, tuvo la gentileza de recibirnos en la sede diplomática. La oficina está ubicada en uno de los edificios más bellos de la ciudad asiática, diseñado por el arquitecto I.M. Pei. Ahí, en el tercer piso de la calle 152 Beach Road, se puede apreciar la ciudad jardín envuelta en su prosperidad.

La intención era hacer contacto con alguien que conociera de cerca la relación de México con la isla y las oportunidades de aprender sobre cómo un minúsculo país había logrado llegar del tercer mundo al primero en una sola generación. Sin embargo, el embajador tenía otras preocupaciones, muy distintas a las que animaban la visita.

Granguillhome estaba atrapado por una deuda de Pemex. Platicó un poco en voz discreta de las presiones que ejercía la empresa Keppel Corp. de Singapur para que Pemex le pagara algunas plataformas de perforación que le había vendido (en arrendamiento) hacía un tiempo. Cada plataforma costaba, en aquel entonces, unos 250 millones de dólares. El embajador no mencionó la cifra pero el impago de Pemex lastimaba el flujo de Keppel y la buena relación de los dos países. 

Desde entonces surgió una pregunta: ¿cómo era posible que un gigante llamado Pemex pudiera deber y no pagar a una empresa propiedad del gobierno de Singapur y de inversionistas privados? 

La respuesta está en el fin de las organizaciones. Mientras Pemex era una empresa mal administrada cuyo gobierno dilapidó buena parte de la renta petrolera nacional, Keppel se había transformado, de ser un simple astillero en el Siglo XIX, en una empresa próspera que lo mismo produce plataformas marinas para explotación de petróleo, que soluciones de energía limpia. 

Imaginemos, sólo por ejercicio creativo, que Pemex hubiera sido administrada como cualquier otra empresa petrolera mundial. Como Exxon, Total o BP. Que hubiera dedicado parte de sus utilidades a crecer en otros mercados; que hubiera invertido en investigación y desarrollo de energías limpias; que hubiera contado con un consejo de administración independiente y que tuviera los altos estándares de honestidad y rendición de cuentas que tiene Keppel. 

El embajador Granguillhome compartió, tal vez sin querer, el sentimiento de vergüenza que tenía frente a sus pares de Singapur quienes pedían el pago de Pemex por la vía diplomática. 

En 2024 Pemex está quebrado y Keppel reporta utilidades récord. Todos los detalles de su operación y sus negocios alrededor del mundo se pueden ver en su sitio de internet. Balances, resultados, industrias que atiende y estructura legal. Su mercado es todo el mundo.

Temasek, el fondo de inversión de la isla tiene el 27% y es el mayor socio minoritario. Citibank y otros bancos tienen intereses en la empresa que es muy rentable. Al gobierno de Singapur no le interesa ser único dueño ni presumir la soberanía de sus empresas, lo que busca es maximizar su inversión en beneficio de sus ciudadanos. Eso sí, cualquiera de los funcionarios de medio rango de la empresa gana más que López Obrador, qué decir de sus directivos cuyo ingreso siempre está amarrado a los resultados. 

Pemex está hundido por sus pensiones, por su deuda externa e interna, por su improductividad, por el exceso de personal; sobre todo, por la concepción equivocada de su papel en la vida económica y política del país. Al tiempo tendremos que pagar los platos rotos de su fracaso como empresa. Ni duda cabe. 

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