En agosto nos vemos es un canto a la vida, a la resistencia del goce pese al paso del tiempo y al deseo femenino.
Editores de Gabriel García Márquez
Después de una década del fallecimiento del premio Nobel colombiano, Gabriel García Márquez, la Editorial Diana publica una novela guardada en el armario de las obras pendientes, tal vez la única que quedaba. Es corta y se puede leer en un par de horas; una historia que tiene todo el estilo del maestro del realismo mágico.
Al leer la novela, cuidada y editada por expertos conocedores de toda la obra y el estilo de Gabo, surgió una idea disruptiva: con todo el acervo de las obras periodísticas, los cuentos y novelas del genio, ¿podría escribir la IA nuevas obras con el sabor, olor y personajes de Macondo, del Río Magdalena o de cualquier personaje y lugar?
Los billones de transistores, las miles de computadoras con sus procesadores gráficos de última generación, en posesión de enormes modelos de lenguaje lo harán pronto, lo hacen ahora. No quiere decir que “En agosto nos vemos” sea una ciberfabricación con meras intenciones comerciales; tampoco muestra una intervención estilística o el perfeccionamiento de la sintaxis con métodos artificiales. El texto sabe y huele a piel humana. Seguro que el editor Cristóbal Pera conoce palabra por palabra el manuscrito de Gabo. Sus tachones y remedios también son conocidos por la editorial y los herederos. Sin embargo, ¿sería posible revivir la pluma y el genio creativo del escritor mediante Inteligencia Artificial?
No me quedé con la interrogante. A la aplicación “Perplexity” le pedí escribir un cuento al estilo de García Márquez. Este es el resultado:
En un pueblo donde las mariposas amarillas revoloteaban entre las casas de barro y las calles desiertas, vivía un viejo relojero que decía poder escuchar los susurros del tiempo. Su tienda, un pequeño cuarto con paredes de madera carcomida, estaba repleta de relojes de todas formas y tamaños, cada uno marcando su propio ritmo, como si latieran al compás de diferentes corazones.
El relojero, Don Anselmo, era un hombre de pocas palabras, con una barba blanca que le caía hasta el pecho y ojos tan profundos que parecían guardar todos los secretos del universo. Los niños del pueblo decían que había vivido siempre, que su nacimiento se había perdido en las brumas del tiempo, y que no envejecía porque había hecho un pacto con las horas.
Una tarde, mientras el sol se despedía con pinceladas de fuego en el horizonte, una mujer joven, con el cabello oscuro como la noche sin luna, entró en la tienda. Llevaba consigo un reloj de bolsillo antiguo, con la tapa grabada con un mapa de estrellas desconocidas. El reloj no funcionaba, y ella deseaba que Don Anselmo lo reparara, pues era el último recuerdo de su padre, un marinero que había desaparecido en el mar años atrás.
Don Anselmo tomó el reloj entre sus manos temblorosas y lo observó con detenimiento. Al abrirlo, un viento sutil se levantó en la habitación, y las mariposas amarillas comenzaron a danzar en un torbellino mágico. El relojero cerró los ojos y escuchó. Los susurros del tiempo le hablaron de un viaje lejano, de mares nunca antes navegados y de un amor que trascendía las edades.
Con manos hábiles, Don Anselmo trabajó toda la noche en el reloj, sin descanso, mientras la mujer esperaba, sentada en un rincón, envuelta en el manto de la paciencia. Al amanecer, cuando el primer rayo de luz se coló por la ventana, el reloj volvió a la vida, su tic-tac resonando como una melodía olvidada.
La mujer, con lágrimas en los ojos, escuchó el reloj y, por un instante, juró oír la voz de su padre, contándole historias de lugares remotos y prometiéndole que siempre estaría con ella. Don Anselmo sonrió, sabiendo que había hecho más que reparar un reloj: había reconectado dos almas a través del infinito tejido del tiempo.
Y así, en un pueblo donde lo imposible se entrelazaba con lo cotidiano, el viejo relojero siguió escuchando los susurros del tiempo, mientras las mariposas amarillas continuaban su danza eterna, testigos de las pequeñas magias que se tejían en el corazón de un mundo que aún creía en los milagros.
(Continuará)
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