“¡Cómo no me voy a quejar cuando te veo a ti y a las otras mujeres llenas por dentro de flores, y viéndome yo inútil en medio de tanta hermosura”.

Yerma en la obra de teatro de Federico García Lorca

Rondar los libros viejos tiene extraños placeres con los reencuentros de la memoria. Por  serendipia vi un librito blanco y naranja de hace medio siglo: Yerma, una de las obras de teatro de Federico García Lorca. La esterilidad o la infecundidad separaban a Yerma de la felicidad que experimentaban sus amigas al no poder gestar. 

Cuando leí por primera vez Yerma pude comprender, con la profunda y maravillosa poesía  de García Lorca, la tragedia de miles de mujeres -y parejas- de no ver cumplido el anhelo de tener un niño, un bebé que inicia lo que conocíamos como un destino común a las mujeres de antes de la Guerra Civil en España

Viene al tema Yerma porque hoy vivimos un fenómeno incomprensible para nuestra generación (los baby boomers): las parejas que deciden no tener hijos. Sabemos que por fortuna la época presente es la del respeto indiscutido a las libertades individuales. Cuando vemos con extrañeza el fenómeno social, de inmediato los hijos llaman a la cordura y al respeto de la escogencia de las personas y las parejas. 

Digo fenómeno porque desde hace algún tiempo hay naciones que se achican, se suicidan, diría Peter Druker. Japón, Italia, España y buena parte de Europa tienen más muertes que nacimientos. Otra novedad es que China, el país más poblado hasta hace poco tiempo, comienza a decrecer. Aún así, lo que vemos son promedios de entre uno y dos hijos por pareja. Cero hijos por voluntad propia era poco común; los matrimonios que no tenían hijos como el del tío Enrique o el de la tía Crescenciana obedecían más a la esterilidad que a la voluntad. 

Hoy, muchas parejas que no pueden tener hijos tratan de hacerlo con procedimientos médicos y, si no lo logran, tienen la alternativa de adoptar. Sin embargo, el fenómeno de tener sólo mascotas desborda nuestra capacidad de comprensión. ¿Es un fenómeno social, o tiene que ver con alguna señal de la naturaleza y la evolución humana de atemperar el crecimiento? No lo sabemos. 

No tener hijos significa no tener nietos y eso trasciende más la ecuación. Cuando pregunto por qué hay parejas que prefieren vivir y morir sin hijos, hay dos respuestas: la prejuiciada y la racional. Lo más fácil es decir que a los jóvenes de hoy “no les gusta asumir responsabilidades, son egoístas o flojos”. Son respuestas derogatorias. Cuando el argumento es la independencia, la libertad de viajar y ahorrar sin los sacrificios naturales de la crianza, suena más lógico. Aún así, ninguna respuesta llena el hueco.

El acrónimo DINK (double income no kids) ha crecido a uno más angustioso DINKWAD (double incomen no kids with a dog), es decir, parejas con perrijos.  Igualmente respetable pero incomprensible, al menos para quienes pensamos que la mayor felicidad de la vida ha sido tener descendientes, hijos y nietos. Esa plenitud es incomparable. 

De la tragedia de Yerma, de la tragedia del asesinato de Federico Garcia Lorca a los 38 años pasamos a un cierto nihilismo paterno-maternal. El nuevo coro familiar sale a la defensa de las libertades individuales y juzga mi extrañeza como un defecto de comprensión, de empatía con quienes no viven y piensan como nuestra generación.

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