La declaración del gobernador de Sinaloa, Rubén Rocha Moya, después del secuestro múltiple en Culiacán fue: “son cosas que lamentablemente ocurren”. Es el reflejo de algo más que desidia, es la impotencia personificada en una frase.

El gobierno de Sinaloa no existe como tal. En buena parte del país los gobernadores literalmente no pueden gobernar. Unos rebasados, otros que evaden el problema del crimen organizado y pocos son estados tranquilos. El peor es Guerrero y el mejor es Yucatán.

Al final de los últimos sexenios pasan muchas cosas lamentables. Desde devaluaciones hasta el magnicidio de Luis Donaldo Colosio hace 30 años. Hay energía que se desata justo en el sexto año: la rebelión de Marcos y su Ejército Zapatista antecedió al asesinato de Colosio y a la devaluación de diciembre de 1994.

En 2000 el mayor acontecimiento después del gobierno del gran presidente Ernesto Zedillo, fue la alternancia en el poder. Todo en santa paz. En 2006 vino el triunfo apretado de Felipe Calderón y la pataleta del hoy presidente López Obrador, que no pasó a mayores. Tampoco hubo conflicto en el regreso del PRI en 2012. El país parecía lograr cambios de terciopelo. En la última alternancia, con el triunfo de Morena, las cosas siguieron en paz y con mucha esperanza de cambios reales.

Este año parece ser distinto. Regresamos a una elección atropellada. Morena cree que tiene derecho a echar mano de los recursos públicos, como lo hacía el PRI, para apuntalar sus campañas. La oposición cuenta con aliados insospechados. Los traicionados por la 4T y los desencantados.

Como la prioridad número uno del presidente es electoral, todo lo demás pasa a segundo plano. Las corruptelas públicas denunciadas por todas partes y en muchos medios, parece que no existen. Ni el huachicol descubierto por Código Magenta, ni las obras infladas exhibidas por Carlos Loret de Mola en Latinus. La casa de la candidata en Veracruz, Rocío Nahle, de 50 millones en Boca del Río, la ve el presidente como una casita de Infonavit.

Faltan 67 días para la elección y pueden pasar muchas cosas. Una reciente es el enfrentamiento entre Ricardo Salinas Pliego y Andrés Manuel López Obrador. En una columna anterior escribí que no había persona que se pudiera enfrentar al presidente, un buen lector aclaró que sí era posible, que había muchos ejemplos. Cierto, Loret es uno de ellos, Ramón Alberto Garza de Código Magenta es otro y muchos columnistas independientes lo hacen a diario. Lo que no veíamos es un rico detractor empoderado.

La diferencia de la guerra de Ricardo es que hay mucho en juego. Aunque digan que el tema “no es personal”, es todo lo contrario. Hay una furia extrema que puede desencadenar en la incautación o la cancelación de alguna concesión a Salinas, aunque tiene el recurso del amparo. Presuntamente un juez ordenó la devolución del campo de golf en Huatulco. Las televisoras son una concesión, igual que el Banco Azteca, que trabaja bajo la supervisión de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores. La piedra que sostiene la lucha de Salinas es la Suprema Corte, que puede detener el cobro de los 63 mil millones de pesos que le quieren cobrar, justa o injustamente.

Mucho antes de lo esperado el Tren Maya descarriló. El primero en celebrarlo: Salinas Pliego haciendo referencia a la familia de López Obrador y Amílcar Olán. Esto no termina hasta el 2 de junio. 
 

**Nada ocurre si no votas**

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