La compasión es la ley principal de la existencia humana”.
Fyodor Dostoyevsky
El gobernante que tenga un mínimo de compasión no puede ser testigo mudo y pasivo de nuestra circunstancia nacional y estatal. En este sexenio vemos el terror de frente, sentimos el dolor de cientos de miles de familias destrozadas por la violencia, las desapariciones forzadas y el dolor de la muerte y la enfermedad.
Cuando Morena llegó al poder pensamos que muchas cosas iban a cambiar y una de ellas era la cercanía del gobernante con la gente. El propio presidente López Obrador había dicho que él no necesitaba seguridad porque el pueblo lo cuidaba. Seis años después, vive encerrado en un palacio. Lo cerca cada vez que hay una manifestación de ciudadanos independientes.
Lo peor, vive alejado de quienes lo apoyaron, quienes le tendieron la mano porque creyeron en un ser que aparentaba ser compasivo. Eso pensó Javier Sicilia, quien luchó hombro con hombro en manifestaciones, con los pies y la palabra, con el corazón y el amor a México. Con él caminaron los padres de los 43 jóvenes asesinados y desaparecidos en Ayotzinapa.
También mujeres que tenían la ilusión de un gobierno de izquierda, incluyente, humanista y con todo el apoyo a sus causas de liberación. Hoy, cuando ellas se manifiestan, surge la cortina de hierro alrededor. Y para que nadie crea que el país es de todos, secuestran la gran bandera nacional que ondea en el Zócalo. Un signo ominoso de desdén y apartheid político.
El poder convirtió a López Obrador en un ser inhumano, insensible ante el cáncer de niños. Incumplió el compromiso con estancias infantiles y la atención médica oportuna a cientos de miles de ciudadanos que murieron por la insensibilidad de sus colaboradores. Todos lo vivimos con algún grado de cercanía. El primo Paco no pudo vivir porque el Dr. Hugo López- Gatell impidió la importación de Remdesivir, medicina que alivió al propio mandatario.
En la historia la cálida recepción que Lopez Obrador dio a Estela del Carlotto, una de las madres de la Plaza de Mayo en Argentina y el desprecio por Ceci Flores, quien encabeza a las madres mexicanas que sufren la desaparición de familiares.
No recordamos un gesto de compasión del presidente frente al dolor humano: cuando hizo una visita a un hospital durante la pandemia, los enfermos eran soldados sanos; un montaje. Cuando murieron 26 personas por la caída del Metro, jamás se presentó con sus familiares.
Su ingratitud llegó a personas que lo apoyaron arriesgando su prestigio y credibilidad como fue el caso de Carmen Aristegui o Ricardo Rocha (q.e.p.d).
En esta semana de la compasión, del perdón cristiano, de la esperanza de la redención, recuerdo la humanidad y sensibilidad de José Antonio Meade. Durante el tiempo que lo traté supe que tenía la fortaleza humana de no perder la cabeza por el poder. Católico devoto sin temor a expresarlo, supo el riesgo de la derrota al comienzo de la campaña. Asumió sin chistar el destino. El propio Lopez Obrador no pudo más que reconocer su integridad.
Los compasivos no son personas débiles sino fuertes de carácter: tienen el valor de abrirse al otro aunque sea distinto. No haber hablado nunca con la oposición durante su mandato pinta de cuerpo entero al líder que pudo ser y no fue.
**Votar es un acto de compasión contigo mismo y con los demás**