“El precio de la grandeza es la responsabilidad”
Winston Churchill
El asesinato a sangre fría de la candidata morenista Gisela Gaytán duele hasta la médula, por su juventud, su inocencia y lo que significa para su familia y los celayenses. Ella fue víctima de una acción terrorista de quienes nunca fueron contenidos por las fuerzas de la Secretaría de Seguridad Pública ni copados por la Fiscalía de Guanajuato.
Tan solo ver el rostro juvenil y entusiasta de Gisela nos hace pensar que esto no debió suceder nunca y pudo no pasar si tuviéramos gobiernos y gobernantes capaces, líderes sensibles ante el dolor de un país y un estado ensangrentado donde han dejado el poder en manos del crimen organizado.
Ni el presidente Andrés Manuel López Obrador ni el gobernador Diego Sinhue Rodríguez pudieron gobernar a México y a Guanajuato. Los dos mandan y lo hacen a plenitud. Porque mandar es fácil, pero gobernar requiere de estadistas, de visionarios, de hombres con voluntad política y, sobre todo, honestidad intelectual y patriotismo.
Cada día más alejados del llamado “pueblo” o mejor dicho, de los ciudadanos, estuvieron ausentes frente a la máxima responsabilidad: preservar la vida y la paz. La mejor muestra de la incapacidad sale a la luz cuando culpas van y culpas vienen sin que el presidente o el gobernador acepten la realidad de la mezquina división política.
Las víctimas de los mandones son la mitad de estados fallidos de la república, entre ellos Guanajuato. Aquí el problema viene desde que Miguel Márquez no aceptara hace 11 años la realidad. Porque contaba con la información suficiente para mapear los problemas de cada población, de cada punto crítico de violencia. Lo que no tuvo fue voluntad política.
Celaya, el epicentro de la violencia, nunca fue intervenida con toda la fuerza del estado. Nunca supimos por qué evadieron la responsabilidad. Miguel Márquez, ahora que pide el voto, nos debería explicar por qué falló, por qué después de diez años la cifra cotidiana de homicidios se estabilizó en 10 por día. El PAN también debe aclararnos por qué nunca pudo gobernar la seguridad pública, por que nunca cambió.
Por qué Ruben Moreira del PRI pudo reducir en un 92% los homicidios dolosos en un sexenio y convertir a Coahuila en uno de los estados más seguros del país y Guanajuato no.
Ahora nuestro pensamiento va hacia Libia García, quien tiene la mayor probabilidad de convertirse en la primera mujer gobernadora. ¿Qué hará para rescatar al estado, para regresar a la tranquilidad perdida? ¿Será una mujer mandona o una gobernante talentosa, sensible y responsable? ¿Se perderá en eslóganes o se distraerá de lo importante y urgente con viajes al extranjero?
¿Escuchará? ¿Se valdrá de todo el poder del estado, de todos sus recursos, de toda la inteligencia posible para detener la barbarie? ¿Usará la tecnología a la mano para aplicarla en Celaya, Villagrán, Moroleón, Salamanca, Irapuato, León y en todas nuestras fronteras?
¿Dedicará cuerpo y alma para salvar al menos una vida cada día, luego dos o tres, hasta llegar a cero homicidios diarios como en Yucatán o Coahuila?
Porque gobernar no es mandar sino liderar. Rubén Moreira, en su recuento de logros, asumió el reto sin echar culpas a la Federación. Es responsabilidad del gobernador la seguridad pública de su estado. Lo escribió en su libro “Jaque mate al crimen organizado”. Incluso Xóchitl Gálvez en su campaña pone como ejemplo los logros de Coahuila. ¿Por qué aquí no podemos?
Hay mucho que meditar.
**Para vivir sin miedo y en paz, vota**