Hace unos meses, para el programa nro. 231 de La nave de Argos, invitamos a la científica mexicana Laila Partida, doctora en Biociencias e investigadora del Cinvestav Irapuato, donde dirige el Laboratorio de Interacciones Microbianas. La charla giró entorno a la simbiosis, es decir, la asociación mutuamente beneficiosa a la que pueden llegar distintos seres vivos para subsistir. En su laboratorio ha encontrado relaciones sorprendentes de este tipo entre hongos y bacterias que afectan cultivos comerciales de cereales. Ésta puede, por ejemplo, determinar si una plaga se reproduce o sencillamente se mantiene latente sin afectar a las plantas con las que conviven. Sobre el final del programa, pregunté por libros que recomendaba para conocer más sobre la simbiosis. Entonces salió a colación Lynn Margulis, una destacada bióloga estadounidense, conocida por su trabajo revolucionario en la teoría endosimbiótica, aunque para algunos puede ser más conocida por haber sido esposa del famoso científico y divulgador Carl Sagan (perdón por el mansplaining).
Planeta simbiótico, editado en español hacia el 2002, reúne una apasionada defensa y explicación para todo público de su teoría: las células nucleadas que componen la mayoría de los organismos vivos surgieron de la asociación simbiótica entre células procariotas, las células más simples y antiguas. Somos fruto evolucionado de las asociaciones entre ínfimas células organizadas para sobrevivir y adaptarse a los cambios del ambiente hace 300 millones de años. Avasalladora y fascinante, Margulis narra la historia de la evolución de la vida desde los aminoácidos, los fragmentos más elementales.
Ese mismo mundo microscópico convive aún con nosotros y a pesar de que cada vez conocemos más de su funcionamiento y relaciones con los demás seres vivos, como lo demuestran también los estudios del laboratorio de la Dra. Partida, en general (y quizás reforzado tras la pandemia) existe aún un sentimiento general de que “las bacterias, vistas sólo como causas de enfermedad, fueron entonces y son ahora consideradas casi siempre «agentes enemigos». Nótese cómo «esperamos vencerlas» utilizando las «armas» de la medicina moderna. Evidentemente, es ridículo describirlas ante todo en términos militares de combate. La mayoría de las bacterias no son más dañinas que el aire, y como al aire, tampoco podremos eliminarlas jamás de nuestros cuerpos y de nuestro entorno. Pero todavía muchos piensan erróneamente que cualquier bacteria, si estuviera presente, debería ser erradicada.”
La visión de Margulis nos ayuda, como ella misma dice, a liberarnos “de nuestra arrogancia especiecentrista”, y observar el planeta no exclusivamente como una lucha contra lo invisible sino como una asociación de seres vivos que a su vez insuflan vida a un concepto aún mayor: el de Gaia, un sistema planetario de vida que autorregula sus condiciones generales para seguir existiendo.
“No existe evidencia alguna de que seamos «los elegidos», la especie exclusiva para la cual todas las demás fueron creadas. Tampoco somos los más importantes porque seamos tan numerosos, poderosos y peligrosos. Nuestra tenaz ilusión de poseer una patente de corso oculta nuestro verdadero estatus de mamíferos erectos y enclenques.”
“…las personas, somos iguales que nuestros compañeros de planeta. No podemos acabar con la naturaleza; sólo representamos una amenaza para nosotros mismos. La idea de que podemos destruir toda la vida, incluyendo a las bacterias que progresan en los tanques de agua de las centrales nucleares o en las fumarolas hirvientes, es ridícula.”
Una lectura indispensable para políticos depredadores y para muchos que aún consideran al hipoclorito de sodio y al Lysol como sus mejores amigos.
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