En último cumplimiento a su infatigable oficio, Victoria Prego murió el Día del Trabajo. A los 75 años, la periodista española había pasado por una corresponsalía en Londres, numerosos foros de televisión y la dirección adjunta de El Mundo. Sin embargo, su principal empeño fue La transición, serie en 13 episodios, estrenada en 1995. Su voz narró con épica exactitud el fin de la dictadura de Franco y el regreso de la democracia española.
Cuando la serie se transmitió en México tuvo el impacto de un espejo deseable, un ejemplo de lo que alguna vez podría ocurrir en el país del Partido Único.
En 1977, desde la Secretaría de Gobernación, Jesús Reyes Heroles convocó a las discusiones para la Reforma Política. El imperativo nacional era entonces la conquista de una democracia real. Ese anhelo, compartido por muy diversos sectores, despertaba ilusiones que se negaban unas a otras. La esperanza dependía menos de lograr el abstracto “bien común” que de los muy concretos intereses de cada grupo. Quienes militábamos en la izquierda pensábamos que cuando hubiera elecciones libres el futuro sólo podría ser progresista; por el contrario, quienes repudiaban al PRI por “socialistoide” y estatista, juzgaban que la democracia traería una honestidad liberal. Los deseos se imponían a los argumentos: el futuro valdría la pena si ganaba nuestro gallo.
En ese contexto, el periodismo enfrentaba la misma disyuntiva que hoy: ser un medio de información o un órgano de propaganda. La mayor virtud de la serie La transición sólo se apreciaría a la distancia. En 1995 cautivó por el poderío hipnótico del cambio pacífico: la larga noche de la dictadura cedió su sitio a la moderna libre elección. Hoy llama la atención otro aspecto: España pasó por una transformación crítica; fue capaz de valorarse a sí misma de otro modo.
Hace un par de años participé con Fernando Savater en un diálogo ante los alumnos de nuevo ingreso de la Facultad de Derecho de la UNAM. Aproveché para preguntarle qué era lo que más apreciaba en la jurisprudencia: “El orgullo de ser persuadido”, contestó. El fiscal y la defensa aspiran a convencer. Ese ejercicio brinda una lección ética a una época de certezas rápidas, refractaria a las ideas ajenas y sometida a la condición binaria de las redes sociales.
La transición narró el momento histórico en que millones de españoles cambiaron de opinión. Eso fue posible porque el proceso estuvo acompañado de un nuevo periodismo, más comprometido con la información que con la ideología, dispuesto a demostrar que su sustento son los datos incontrovertibles.
Vale la pena recordar esto en vísperas de los comicios mexicanos, marcados por las descalificaciones. Una candidata es tachada de corrupta y la otra también; una es acusada de someterse a la manipulación de fuerzas poderosas y la otra también; etc.
Llevamos años confundiendo la democracia con el cumplimiento de nuestras pasiones. Alejandro Rossi reflexiona al respecto en su Diario de reciente aparición. El 15 de julio de 1988 opina a propósito del fraude electoral cometido contra Cuauhtémoc Cárdenas: “Muchos intelectuales -Paz entre ellos- apoyan la democracia en el supuesto de que la izquierda apenas se beneficiaría de ese proceso. La apuesta era que la democratización tendría como consecuencia el fortalecimiento del PAN. De nuevo: gobierno neoliberal y el PAN como supuesto bipartidista. Me pregunto: ¿se habría insistido tanto en la democratización del PRI y del país si hubiesen sabido que el mayor beneficiario sería la izquierda? Ahora se encuentran en la necesidad de apoyar al PRI, nuevo dique frente a la izquierda. Por teléfono, me decía Octavio el otro día: ‘El peligro es que se desmorone el PRI’. Cuando se dio la elección de Chihuahua todos gritaron: ‘¡Fraude!’. Ahora son los primeros interesados en legitimar las elecciones. ¡Paradojas de la ideología!”. Lo mismo se puede decir de sectores de la izquierda que han juzgado los triunfos del PAN como “derrotas de la democracia”, olvidando que la libre elección admite que gane el adversario, por repudiable que sea.
Todo indica que el 2 de junio los prejuicios volverán a superar a las razones. El periodismo ha sido cómplice de esa distorsión. Su futuro depende, como lo demostró Victoria Prego, de regresar al único campo que le es legítimo: la esquiva búsqueda de la verdad.