La veo alegre que va y viene en el templete gritando consignas micrófono en mano. Su silueta es grande e inconfundible, sus huipiles, coloridos reflejos de su intensidad. La veo y la admiro. Recorro en la memoria los últimos meses por todo lo que ha pasado.

Incansable desde siempre, descubre la potencia de la política y el significado que tiene para el futuro de México. La veo enamorada de la tierra que pisa, de las multitudes que la siguen. Se funde en abrazos con quienes están cerca; mira siempre dispuesta para la selfie. Su entrega es total.

A otras mujeres sensibles las hace llorar de emoción, de saber que tenemos una mexicana de excepción. Nacida de la tierra nuestra, forjada a pura voluntad que no teme las adversidades ni las malas vibras de quienes están prestos a ofenderla por su figura o sus dientes. Esos que no pueden encontrar tacha en su sencillez y conducta. Ella es lo mejor que tenemos, al final, no cabe duda.

Ella no es de partidos, ni de ideologías, ni de religiones, ni de misterios. Su doctrina es la del esfuerzo, la de la entrega. No tiene miedo, lo trasciende porque va arropada por millones de compatriotas que conocen su afán de vida, verdad y libertad.

Al principio ni la mitad la conocían y menos la entendían. Todo porque no estaba en el programa, en la escena de la tradicional carrera del poder. Surgió por una frase falsa, por una mentira, de esas que se dispensan desde el púlpito del dogma ideológico de la izquierda podrida, la que odia, prodiga infamias y se rodea de pusilánimes aplaudidores.

Admiro su claridad de miras, con su México en la frente, de mayor justicia, paz, igualdad y prosperidad. Lejos de un palacio y de las malas artes del poder, vive un sueño que muchos tenemos: recuperar la unidad, la paz, la armonía, la inclusión y la justicia dentro del pueblo variopinto que somos.

A cualquiera de aquí, o de fuera, se las puedo presumir como patriota, generosa y verdaderamente preocupada de los demás desde siempre. Pero no se crea que su blanda y bonachona sonrisa impide la fortaleza necesaria para cumplir lo que no pudieron hacer otros personajes de triste memoria: luchar frontalmente contra la corrupción y hacer justicia frente al saqueo sexenal y combatir el crimen desde donde venga.

Ella trascendió las barreras del idioma, las matemáticas, la ciencia y, por qué no decirlo, la misoginia y la discriminación por su origen. Uno de sus más infames adversarios la calificó de “esperpento”, algo que me recuerda a Saint-Exupéry, porque lo que vemos no es lo real, la sustancia está oculta para los ojos, solo la podemos ver a través  del amor, como bien dice en El Principito. 

No me cabe la menor duda, Ella sería la mejor líder para México porque no estaría sola ni haría que todo girara alrededor de Ella como sucede hoy en Palacio. La acompañan personas preparadas, capaces y honestas. Los conocemos. Lo mejor es que no es perfecta ni lo parece. Se equivoca y lo acepta, conoce sus limitaciones. 

Desde hace siglo y medio no teníamos la posibilidad de que una persona como Ella, de origen indígena llegara a la presidencia. El último que tuvimos nos hizo República, nos liberó de la oligarquía religiosa y puso el cimiento de lo que hoy somos, un país laico y liberal. 

 

**Por Ella y las jóvenes de nuestro futuro vale la pena votar**

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