Familiares consternados porque no triunfó su candidata se acercan para pedir opinión. Durante meses tuvieron la ilusión y el sueño de que ganara Xóchitl Gálvez. Ahora, después de la derrota de la oposición, tienen miedo de que México se convierta en Venezuela. Al menos así lo dicen.

La eventual mayoría calificada en el Congreso y el Senado son suficientes para cambiar la Constitución y seguir con el llamado Plan C. Adiós al INE, a la independencia del Poder Judicial; adiós a los organismos autónomos a la transparencia y adelante el poder centralizado. Todo el poder. El  “sistema” de antes regresa  y las minorías al cajón del olvido.

Puede ser que ese miedo se convierta en realidad pero también que no se cristalice. ¿Podrían cambiar al Banco de México y volverlo dependiente de la Secretaría de Hacienda? ¿Podrían nacionalizar la banca de nueva cuenta o cambiar la propiedad privada de inmuebles a simples concesiones temporales propiedad del Estado? 

Usted puede hacer todas las preguntas que le parezcan necesarias y, en casi todas, un gobierno autoritario puede decidir lo que quiera, justo como lo hicieron Fidel Castro en Cuba y Hugo Chávez en Venezuela. Nicolás Maduro sigue aferrado al poder y Daniel Ortega convirtió a Nicaragua en algo peor que el régimen de Anastasio Somoza. Todo puede suceder, pero no ocurrirá por una sencilla razón: hay restricciones geopolíticas y económicas para hacerlo. Hay una señora que se llama Realidad y es muy testaruda.

Venezuela no tiene 3 mil kilómetros de frontera con Estados Unidos como México; Cuba fue un error que no se repetirá y Nicaragua no tiene relevancia económica.

Supongamos que en un arranque autoritario el gobierno quiere quitar la autonomía al banco central. En unos minutos los inversionistas nacionales y extranjeros saldrían en estampida con sus capitales a otra parte. El peso no se devaluará un 4% como pasó el lunes, sino la mitad. Habría una crisis descomunal como sucedió con la nacionalización de la banca (bronca que tardamos 8 años en resolver).

Claudia, la triunfadora, no tiene ningún incentivo para regresar a sus ideas de juventud, al radicalismo de izquierda. Muchas medidas serían balazos en el pie de la gobernante. Lo más probable es que actuará con cordura, porque es lo que más le conviene a ella y al país. Al contrario de AMLO, nadie duda de su preparación para comprender el mundo de hoy.

La realidad, eso que podemos saber a ciencia cierta, es que México tiene un futuro difícil en los próximos años pero también luminoso si no hay quiebres radicales. Hay que lidiar con la criminalidad, el tiradero de dinero en Pemex, las pensiones, la salud y la posible elección de Donald Trump. Debemos invertir en todo: electricidad, infraestructura para el nearshoring y educación, mucha educación. Se necesita inversión privada para lograrlo.

Pero también tenemos múltiples oportunidades: un bono demográfico de jóvenes que engrosan nuestra pirámide de población.

El pronóstico futuro es que los países desarrollados necesitarán manos para cuidar a los viejos. Estados Unidos requiere choferes de tráileres, cocineros, enfermeras y enfermeros calificados, camaristas y gente de campo por cientos de miles.

Los estrategas norteamericanos saben que una de sus ventajas competitivas será su curva de población creciente frente a la de China, Japón, Rusia y Europa que van en desplome. Los rednecks serán cada día menos. Nos necesitan para eso y para más.

A la señora llamada Realidad es difícil sacarle la vuelta, cobra muy caro los choques. Recomendación a familiares y amigos: no se espanten y tengan a la mano la Oración de la Serenidad.

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