Hay quien defiende las políticas públicas del presente sexenio bajo la óptica de que el pueblo, feliz, aprobó todo con su voto. El presidente López Obrador celebró lo que llamó un “referéndum” de su gestión.
A quienes imaginamos un rumbo distinto y mejor, se nos tacha hasta de culpables, de vivir en una “burbuja”, de no comprender la política y a la gente (al pueblo). Si creímos en el proyecto de Xóchitl Gálvez, estuvimos en el lugar incorrecto de la historia, según esto. Seguro que a muchos les llegó ese sermón anónimo enmarcado en un fondo negro.
La historia, sin embargo, muestra que los fenómenos populistas van a cargo del mismo “pueblo”, de su estándar de vida, del futuro de sus hijos y nietos. Es una trampa a largo plazo. El ejemplo más claro es Argentina. Recordemos esa historia bien contada en el musical “No llores por mí Argentina” de Andrew Lloyd Webber.
Cuando Juan Domingo Perón llegó al poder en la década de 1940, Argentina gozaba de una posición privilegiada en su economía. Perón y su esposa, Eva Duarte, comenzaron una expansión de gasto público que animó a los llamados “descamisados”. Aumentaron los beneficios sociales, se construyeron hospitales y hubo beneficios palpables que consolidaron el liderazgo de Perón, pero sobre todo el de Evita quien repartía dinero sin límites entre sus seguidores y se embolsaba una parte. Ese fue el problema: sin límites.
Evita falleció de cáncer a los 33 años, venerada por muchos como santa. Incluso hubo quienes promovieron su beatificación ante el Vaticano. Perón no pudo sostener el proyecto de industrializar a su país y cambiar su economía en 5 años. Los buenos tiempos pasaron pronto pero el peronismo no. Durante 80 años Argentina osciló entre la cordura económica y la nostalgia del populismo peronista.
El punto de quiebre fue el año pasado cuando la inflación derrotó de nueva cuenta a los justicialistas. Más de la mitad de la población vive en la pobreza. “Un país que produce alimentos para 400 millones, no tiene para llevar comida a todas las mesas”, decía Javier Milei en campaña.
Un país riquísimo en recursos naturales, educado y con todo para ser miembro del primer mundo, está quebrado. Ahora vive con la esperanza de que la iniciativa privada, y no el gobierno, sea el motor del crecimiento y un mejor porvenir. Esa es la promesa que llevó a Javier Milei a la presidencia.
La circunstancia de México es distinta por la creciente industrialización y el diseño económico forjado por Carlos Salinas de Gortari. Nuestra economía está globalizada, abierta al mundo, más neoliberal en su diseño que cualquier otra de Latinoamérica. Sólo podemos compararnos con Chile, donde Gabriel Boric, un presidente de izquierda, preserva el modelo globalista y liberal capitalista porque así le conviene a su país.
El populismo lleva implícito su desastre. Quienes desafiaron la razón, la cordura y el sentido de la realidad como Mussolini, Hitler, Mao, Perón, Pol Pot, Hugo Chávez o Salvador Allende, (Luis Echeverría y José López Portillo) sacrificaron a sus pueblos por ideologías (de derecha y de izquierda) de callejón sin salida. El populismo del presidente López Obrador rindió frutos en la pasada elección, sin embargo podríamos llamarlo un populismo ligero, acotado por las leyes (aún vigentes) y la realidad de los mercados internacionales.
La nueva tecnocracia que arriba al poder sabe que es insostenible lo que sucedió y que debemos de regresar a la cordura de lo que funcionará a largo plazo. Justo lo que predicó Xóchitl. Si no lo hacen será bajo su propio riesgo.