Las campañas políticas de este año se hicieron con nuestros impuestos. Una parte de los recursos los entregó el INE a los partidos y otra llegó de lo que gobiernos y funcionarios extrajeron de las finanzas públicas para fortalecer a sus candidatos. Pura corrupción pura. 

Lo vimos desde la precampaña de la candidata oficial, cuando tapizaron el país con espectaculares, cuando el mismo Marcelo Ebrard denunció el flujo de recursos desde el gobierno de la CDMX para la entonces “corcholata” Claudia Sheinbaum. El ex canciller, ahora silencioso y cercano a la candidata electa, conoce bien el tamaño monstruoso de ese gasto. 

La mecánica es sencilla: los gobiernos se inventan gastos, pagan a empresas factureras con domicilios falsos para que les devuelvan una parte en efectivo, que se usa en compra de acarreos, tortas por decenas de miles y propaganda en medios, redes y espectaculares casi imposibles de auditar. Para el INE no hay forma humana de registrar todos los gastos de campaña de los miles de candidatos, desde quienes van por la presidencia, hasta los de los municipios más pobres del país. 

El otro gasto extraordinario es la compra de votos. También lo vimos. Operadores con maletas repletas de billetes de 200 y 500 estuvieron listos para endulzar la jornada a miles de ciudadanos que aceptaron el “incentivo” electoral. 

Se supone que la campaña para la gubernatura de Guanajuato tuvo un tope que ronda los 82 millones de pesos. Los partidos gastaron cuando menos el triple de ese monto, bajo un cálculo conservador. También hay donantes anónimos que quieren quedar bien, incluso hay los que ponen dinero o promocionales para las dos contrincantes, así no hay forma de que sus emprendimientos pierdan. Ganan porque ganan. 

Todo ese río de dinero se desbordó con el adelanto de los programas sociales. El borbotón de circulante fue tan grande que el Banco de México no pudo bajar las tasas de interés por la inflación que generó. La fiesta electoral se pagó sacando dinero del erario. Nos metieron la mano al bolsillo para decirnos que ellos eran los buenos. 

Y no se crea que es una práctica de algunos estados o algunas entidades federativas; la práctica, por desgracia, es una cultura del desvío, del robo de fondos para no dejar que el contrincante gane. El dinero bajo la mesa es 10 veces el autorizado por el INE. Quienes administraron las campañas, seguramente no tenían incentivos para manejar efectivo con claridad, ni a quien reportarlo. Quien parte y comparte, se lleva la mejor parte…

¿Con qué autoridad moral pueden los partidos pedir a los ciudadanos que cumplan con sus obligaciones, que paguen impuestos religiosamente si ven el tremendo desvío? En el extremo está Veracruz, donde hubo denuncias precisas e inequívocas de corrupción de la señora Rocío Nahle, quien ganó con holgura la elección. Si la ex secretaria de Energía utilizó su puesto para robar a placer; si después de que Arturo Castagné presentó denuncias claras en la Fiscalía General de la República no pasa nada, todo queda impune, ¿cómo podrá exigir limpieza y honestidad a su equipo de trabajo? En las cárceles hay miles de ciudadanos acusados de pequeños fraudes, despojos y hasta robo de tiendas, sin sentencia. ¿Cómo el presidente López Obrador puede regañar desde la mañanera al Poder Judicial, a jueces y magistrados si todos los gobiernos se caen a pedazos por la corrupción?
Violencia, crimen y corrupción serán la primera prueba de la presidenta Claudia.

 

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