Después de escuchar las consideraciones de la ministra presidenta del Poder Judicial, Norma Piña, vemos como la escena nacional se convierte en una novela de terror. Jamás en la imaginación de ciudadano alguno o de político profesional cruzó la idea de que alguien quisiera destituir al total de los jueces y cambiarlos por novatos recién egresados de la carrera de Derecho.
Cuando hace seis años el actual presidente dijo que destruiría el aeropuerto de Texcoco -a media obra- la primera idea que nos vino a la cabeza fue en inglés ( is out of his mind). Porque era más suave que decir, está loco, (he ‘s nuts). A pesar de la súplica de influyentes empresarios y colaboradores, a pesar del inmenso costo de unos 360 mil millones de pesos y décadas de retraso en la conectividad aérea de la CDMX, la medida castigó a todo el país y no a los presuntos corruptos que lo construían, mismos que nunca fueron ni siquiera exhibidos porque no los había.
Era el primer golpe destructor. Vendría el segundo con la eliminación del Seguro Popular, instrumento para aliviar la salud de unos 30 millones de mexicanas y mexicanos. Luego la Policía Federal, las estancias infantiles, las casas de refugio para mujeres agredidas. Godzilla, Reptilicus y otros monstruos de la imaginaria japonesa nos parecen infantes comparados con las pisadas tronantes de los diputados de Morena que acompañan la última locura de López Obrador.
Porque acabar en un mes -septiembre- al Poder Judicial, al INE y a todas las instituciones autónomas es una locura peor que todas las anteriores. Claudia Sheinbaum lo sabe, al igual que supo cómo la ciudad que gobernaría perdía talla, movilidad y prosperidad sin la obra de infraestructura más importante de su época. También lo saben Ricardo Monreal y Marcelo Ebrard; lo sabe Alejandro Gertz y Olga Sánchez Cordero, en realidad lo sabemos todos, pero el silencio y la miseria humana de los abyectos que ayudan con el marro, sólo la habíamos visto en las peores épocas del PRI.
Es como ver un tren que se enfila al despeñadero o seguir festejando en el Titanic que se va a hundir. La única reacción posible ahora, un único pensamiento llega de nuevo: “crazy monkeys”. Lo pongo en inglés porque es menos duro que decirles changos dementes. Romper el ritmo de los procesos judiciales con inexpertos, con jueces recién salidos de las pésimas escuelas de Derecho que tenemos es semejante a quitar a los cirujanos experimentados con años en la profesión, para que los enfermeros realicen el diagnóstico y las operaciones.
Como en casi todas las profesiones, la teoría de la universidad es apenas el primer paso. Todos quienes ejercen una carrera, saben que el oficio se aprende en la práctica. Los buenos abogados, los jueces más capaces se hicieron con décadas de trabajo. Desde actuarios y secretarios de juzgado, desde litigantes o funcionarios judiciales. Quienes son los más distinguidos letrados y jurisconsultos, pasaron años estudiando códigos, jurisprudencia, la Constitución y las leyes que de ella se derivan. Además la especialización es indispensable. No hay abogado que sepa de todo. Unos son penalistas, otros son expertos en civil, mercantil, familiar o derechos humanos. Qué decir de los conocedores del amparo, fundamento de la defensa frente a la arbitrariedad del poder.
Preguntas: ¿los abogados y su gremio, dónde están?, ¿por qué esperan a que una horda de diputados dementes destruyan la estructura legal del país, de su profesión?