Un avión se dirige a Estados Unidos desde México. Va a Santa Teresa, un aeropuerto en el Condado de Dona Ana en Las Cruces Nuevo México, justo en el límite con El Paso Texas. En su interior viajan dos personajes de sumo interés, dos “jefes” del más poderoso cártel del narcotráfico en Latinoamérica. Ismael Zambada García, alias “El Mayo”, de 76 años y Joaquín Guzmán López.

El avión es un turbohélice Beechcraft King Air, salió desde algún aeropuerto nacional. Debió tener permiso de vuelo y la autorización norteamericana de aterrizar en Santa Teresa, que es un puerto de entrada internacional. Las autoridades mexicanas tuvieron que recibir un plan de vuelo con los nombres y apellidos de los viajeros. La Secretaría de Seguridad Pública, el Ejército y la autoridad aeronáutica tuvieron que entregar un plan de vuelo firmado y sellado con un código de identificación en su transpondedor. Todo estaba pactado. 

“El Mayo” se entrega a la DEA, al Departamento de Justicia y al FBI; al gobierno que ofrecía una recompensa de 15 millones de dólares por información que llevara a su captura. En los aeropuertos y en las aduanas su fotografía alertaba a los viajeros de su búsqueda. Durante 40 años “El Mayo” tuvo la habilidad de convencer -o corromper- a muchas autoridades mexicanas para poder hacer su producción y comercio de drogas. Pudo combatir a sus enemigos con fuego y prevalecer en Sinaloa a través de los años sin ser capturado. 

La versión más creíble es que estaba enfermo, que al final de sus días prefería estar bajo custodia de sus perseguidores en lugar de sufrir a salto de mata en la sierra de Sinaloa o en su tierra. También es considerado su interés por mantener a su familia a salvo de los choques y amenazas de otros cárteles, en particular el Cártel de Jalisco con quien ha peleado territorios en varios estados. 

A cambio de esa paz final en sus últimos días, “El Mayo” no recibirá el trato que le han dado a su exsocio “El Chapo” Guzmán, quien vivirá por el resto de sus años en una cárcel de máxima seguridad, en soledad y castigado por el país al que inundó de drogas duras. En su retiro lo acompaña Joaquín Guzmán López, quien también debió entregarse antes de que lo detuvieran. 

En 2010, el periodista Julio Scherer pudo conseguir una entrevista con “El Mayo” en la sierra de Sinaloa. Una portada de abril de ese año muestra la última foto pública del narcotraficante. Alto y erguido, “El Mayo” mira en la sombra debajo de una gorra con desafío a la cámara, con la seguridad de un “jefe”. Bajo su brazo derecho abraza a Julio Scherer, quien sonríe como si se tratara de la entrevista con un personaje de televisión o un campeón de algo. En la entrevista todo se trataba del poder del capo. Solo alguien que tenía en su puño a las autoridades federales y estatales podía atreverse a tal desafío. Según declaraciones de su hijo a jueces norteamericanos, “El Mayo” entregaba un millón de dólares al mes en mordidas. 

¿Qué no sabrá “El Mayo”?¿Qué pasaría si entregara todo y a todos quienes lo rodearon y siguen al frente del cártel más poderoso de Latinoamérica?  Porque como dijo en la entrevista a Scherer, “aunque me muera, esto no se va a acabar”. Con las elecciones de EU podríamos tener muchas sorpresas sobre lo que es imposible saber desde México.

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