En este caso no hemos hecho más que sostener lo que creemos correcto: que los resultados de la elección sean transparentes y verificables”. 

Gabriel Boric, presidente de Chile 

 

Los dictadores siempre tienen paranoia al final. En sus discursos hay enemigos jurados que quieren derrotarlos, conspiraciones reales e imaginarias en su contra. El autócrata  dice que si lo atacan a él, atacan al pueblo y a la república. Hasta que llegan al extremo del delirio.

El domingo en familia me preguntaron: ¿Qué va a pasar en Venezuela, quién va a ganar? La respuesta fue fácil porque iba a ganar la oposición y Nicolás Maduro se robaría  la votación. Así fue. Lo que nunca vislumbré fue el tamaño del fraude, la fuerza del rechazo al robo  y la respuesta de los países latinoamericanos que piden cuentas claras.

La primera respuesta de nuestro presidente López Obrador fue de inocultable simpatía por su amigo el dictador al decir que iba a esperar que la autoridad electoral diera el resultado final para felicitar a Maduro. No quiso ver el fraude. La “autoridad electoral”  de Venezuela es como Manuel Bartlett en 1988. No hizo cuentas claras y se le cayó el sistema.

En Colombia, Brasil, Argentina, Perú, Costa Rica, Estados Unidos, Panamá, República Dominicana y la Unión Europea sus líderes se dieron cuenta del atraco y pidieron transparencia en las actas. María Corina Machado, la principal líder opositora, dice tener el 73% de las actas que muestran una ventaja abismal del diplomático Edmundo González Urrutia, sobre Maduro.

Por fin el pueblo venezolano despierta con enormes concentraciones en respuesta pacífica al fraude. Incluso algunos militares pidieron que el Ejército no lastimara a los manifestantes. En una reunión con sus generales, Maduro culpa al narcotráfico colombiano, a Elon Musk y al imperialismo de querer apoderarse de Venezuela. Un cuento que nadie cree.

Elon Musk, aportó su crítica y su red social X para que los venezolanos estuvieran enterados de la “verdad”. El activismo en contra del dictador le valió popularidad entre los millones de venezolanos y latinoamericanos hartos del cuento bolivariano, del mito del imperio yanqui y el fracaso económico que causó la mayor migración de la historia de Venezuela.

La respuesta que deseaban escuchar en casa y que en México la mayoría queremos escuchar es: Maduro se va y pronto, antes de que suceda una tragedia mayor. Quienes lo pueden echar son los militares, cuando le retiren el apoyo y le sugieran una huída a Cuba, porque ni siquiera en México podría vivir en paz. Con el pueblo en contra, enfrentado con sus vecinos al despachar a sus misiones diplomáticas, Maduro está en un laberinto insalvable.

Javier Milei ha sido el más feroz detractor de Maduro, incluso desde antes de llegar a la presidencia de Argentina, pero ahora Gabriel Boric, presidente de Chile, Gustavo Petro de Colombia e Ignacio Lula de Brasil, reclaman claridad en las cuentas. Saben que hubo un enorme fraude en contra del pueblo venezolano y no serán cómplices del dictador. Ellos son de izquierda, pero ante todo son demócratas.

Es admirable ver a Maria Corina encarar a un piquete de soldados, decirles que ellos saben y viven la situación de su país. Su determinación hace que los militares retrocedan. Con una determinación ejemplar lidera el cambio que vendrá, ni de izquierda ni de derecha, sino un retorno a la democracia, esa que usó Hugo Chávez para destruir, desde dentro, al que fuera uno de los países más prósperos de Latinoamérica. 

 

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