A la distancia en el tiempo veremos todos los desatinos del presidente López Obrador. En su método político de gobernar a través de una conferencia “mañanera”, pudo controlar la agenda pública durante 6 años. Un arma de dos filos para su historia, para su memoria. 

Todo está ahí para los estudiosos. Los millones de palabras que dijo, las afirmaciones verdaderas y falsas; sus ideas y creencias.

Viene a cuento esta reflexión por las dos últimas equivocaciones tempraneras: primero la indefinición del gobierno ante la detención de “El Mayo” Zambada, que no sucedió en suelo mexicano sino en un pueblo llamado Las Cruces, Nuevo México, en Texas.

El nerviosismo y la sorpresa frente al hecho no tuvieron precedente que recordemos. La secretaria de Seguridad Pública de la Nación, Rosa Icela Rodríguez, leía mientras la voz le temblaba, ausente la información que debía tener, apareció como una mala alumna que no sabe qué, ni cómo contestar ante los hechos. Luego el propio AMLO actuó como reportero haciendo preguntas sobre quién, cómo, cuándo, dónde, por qué y en qué contexto se dieron los hechos. Las preguntas que todo buen reportero debe responder a su editor cuando lleva una nota a la redacción.

El presidente se preguntaba al aire, ajeno a la razón y al deber de su cargo. En todo el “enredo” Zambada-Guzmán, nunca pareció que a las autoridades les diera gusto que el capo más importante del país estuviera detenido. Nunca supimos si le pareció bien a AMLO la captura o lamentaron más que fuera el FBI quien lograra lo que ningún gobierno pudo o quiso hacer durante 4 décadas.

El segundo tema que va a deshonrar a México al tiempo es el apoyo directo o indirecto al dictador Nicolás Maduro. Mientras toda América (salvo Cuba, Bolivia y Nicaragua) piden cuentas de las elecciones que quiere robarse el autócrata, México esconde su responsabilidad solidaria con el pueblo venezolano. Ni siquiera existe la excusa de la ideología de izquierda del gobernante, o la presunta no injerencia en los asuntos de otros países. Brasil, Colombia y Chile están gobernados por partidos y presidentes de izquierda. Ignacio Lula, Gustavo Petro y Gabriel Boric piden cuentas a Maduro.

El destino del dictador está marcado: perderá el poder tarde o temprano y Venezuela regresará a la democracia, la libertad y la inclusión en la globalización capitalista. Porque la razón nos dice que Venezuela debe apurar el paso en la explotación de su riqueza petrolera para recuperar el nivel de vida que alguna vez tuvo y, no solo eso, sino recuperar parte del capital humano que huyó del infierno chavista. Unos 5 millones de venezolanos huyeron a Colombia, Chile, Estados Unidos y Europa.

Empresarios, científicos, profesionales y jóvenes estudiantes salieron del país porque el futuro se estrechó en libertades y oportunidades. No es raro encontrar a un venezolano que maneje un taxi en Miami o Madrid que nos diga: “¿Eres mexicano?, ustedes deben tener cuidado con lo que pasa en su país porque puede sucederles lo que a nosotros”.

Hay quienes piensan que el gobierno de Estados Unidos cobrará pronto a México la cuenta del tráfico del fentanilo y otras drogas, porque no estuvieron contentos con el trato a la DEA, la defensa de Cuba y Venezuela y la cercanía a Rusia con sus soldados marchando en el Zócalo. Los cubanos, los venezolanos y los nicaragüenses nos reclamarán el apoyo a las dictaduras que hoy sufren. La historia no absolverá a López Obrador.  

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