El inicio de periodos de crisis económicas o colapsos financieros suele tener la connotación de “día negro” puesto que se asocia con la oscuridad, desesperanza o dificultad. Esta expresión refleja el impacto severo y negativo de estos eventos en el ámbito económico, los mercados financieros y por ende, en la vida de las personas. Tenemos ejemplos notables como el “Black Tuesday” (Martes Negro) acaecido el 29 de octubre de 1929, día en que ocurrió el colapso del mercado de valores de Nueva York, marcando el inicio de la Gran Depresión. Otro ejemplo fue el 19 de octubre de 1987, cuando los mercados bursátiles alrededor del mundo sufrieron caídas significativas, marcando un “Black Monday” (Lunes Negro).
Hace algunos días tuvimos un evento de características y nombre similar que, más allá de la afectación específica a las bolsas de valores o mercados financieros, tiene una traducción específica de potencial afectación a los sistemas de salud, tanto a nivel internacional como en nuestro país.
Una consecuencia puede ser la reducción del gasto público, con la disminución de presupuestos de salud, en la que los gobiernos pueden recortar el gasto debido al decremento de ingresos fiscales y por la necesidad de equilibrar presupuestos. Esto conlleva la reducción de programas sanitarios en la que proyectos de salud pública o acciones de prevención pueden verse afectados, reduciendo su alcance y efectividad.
Otro frente de impacto puede ser el acceso a medicamentos, ya sea por el encarecimiento de los mismos debido a la depreciación de monedas locales (que encarece la importación) o por desabasto generado por problemas en la cadena de suministro, lo que puede causar escasez de medicamentos y otros insumos médicos.
La infraestructura también se puede ver afectada, ya sea por retraso en proyectos (que se podrían posponer o simplemente cancelar) o por reducción en el mantenimiento o mejora de la infraestructura sanitaria actual, con las consecuencias inmediatas, a mediano y largo plazo de esta problemática. Un desafío potencial añadido es el impacto en la investigación y desarrollo, por el recorte en fondos para investigación que se traduce en menor progreso en nuevos tratamientos o tecnologías.
La disminución de cobertura con la consecuente reducción de accesibilidad a servicios de salud es una afrenta potencial, con un impacto mayúsculo en especial a poblaciones vulnerables como son las comunidades rurales y marginadas. En el caso del sector privado (que sostiene una parte importante de la atención sanitaria), puede haber aumento de precios para compensar costos adicionales, afectando el acceso a la atención médica, especialmente para aquellos que no tienen seguridad social u otro mecanismo público de atención.
Una crisis financiera internacional y la resaca posterior (que puede incluir hasta recesión económica) tiene efectos profundos y variados en los sistemas de salud. Se tendrán que robustecer (o formular, si es que no existen) planes de contingencia para paliar sus efectos, en especial en nuestro país, debido a las limitaciones preexistentes de nuestro sistema sanitario y las condiciones económicas históricamente desfavorables. Los gobiernos y organizaciones deberán fortalecer la resiliencia de sus sistemas mediante la priorización de financiamiento a programas esenciales, garantizar el acceso a medicamentos genéricos, mejorar la eficiencia en la gestión de recursos y fomentar la cooperación internacional para asegurar el acceso y suministro de insumos médicos. Será además crucial invertir de manera razonada en prevención y promoción de la salud para reducir la carga de enfermedades y optimizar el uso de recursos disponibles.
Se avecinan días complejos, estimado lector, a los cuales habremos de hacer frente. Como ciudadanos, será tiempo de exigir lo propio y aportar lo necesario.
Médico Patólogo Clínico. Especialista en Medicina de Laboratorio y Medicina Transfusional, profesor de especialidad y promotor de la donación voluntaria de sangre
RAA