Quizás no haya una alegoría más atinada para la claustrofilia de nuestro presente que la historia del pianista Danny Boodmann T.D. Lemon Novecento, quien da nombre a este monólogo teatral ingeniado por Alessandro Baricco para ser interpretado por Eugenio Allegri, bajo la dirección de Gabriele Vacis en el festival de Asti en 1994, y publicado posteriormente por la editorial Feltrinelli.
Novecento nace, vive y muere dentro del trasatlántico Virginian que transportaba migrantes desde Italia hacia América. Tocado desde niño por la música, se convierte en un prodigioso pianista autodidacta. Su tragedia, narrada por un trompetista que lo conoce en la cúspide de sus capacidades, consiste en desdeñar el mundo exterior para encerrarse en las 88 teclas de su instrumento. Pareciera que Novecento viaja por el mundo a bordo de un navío de escala monumental. Sin embargo, no es capaz de abandonar el barco, ante la escalera que lo invitaba a tierra firme confiesa: “para salvarme me bajé de mi vida. Escalón a escalón. Y cada escalón era un deseo al que decía adiós.”
El miedo al mundo exterior, como un hikikomori contemporáneo o como muchos traumados por la pandemia, se convierte en un aislamiento autoimpuesto. La imposibilidad de comprender o asumir los riesgos de la socialización se canalizan a través de actividades que permiten una cierta libertad creativa o de expresión. Para Novecento, la música ofrece el espacio finito y seguro, en apariencia, de las combinaciones de 88 teclas. Geometría que acoge como refugio emocional ante la aterradora maravilla y potencial hostilidad de lo infinito.
Contrasta esta aversión “moderna” con las ansias de libertad del duelista Xavier de Maistre en su Viaje alrededor de mi habitación (Guía 345; Tachas 359), cuya cárcel domiciliaria involuntaria se convierte en un viaje interno de autoexploración. Viajero y liberal, hombre acostumbrado a los desplazamientos y el riesgo, se ve forzado a volver la vista de la exigua ventana de su cuarto hacia el interior de su alma. La noticia final de su libertad la recibe con regocijo. Eran finales del siglo XVIII, y al Netflix de la época se le llamaba elegantemente, amigo de chimenea, jardín portátil o préstamo de Gutenberg. Me refiero a los libros, claro.
Tras el éxito de la edición italiana, Giuseppe Tornatore la adapta a la gran pantalla como La leyenda del pianista en el océano (1998), con Tim Roth en el papel estelar y la banda sonora compuesta por Ennio Morricone. Tanto el libro como la película las considero opciones interesantes que vale la pena conocer para contrastar.
Comentarios a mi correo electrónico: panquevadas@gmail.com