Regresemos a Hesíodo, quien en Los trabajos y los días narró el nacimiento de Pandora, creada a partir del barro y aderezada de manera grandiosa por los dioses como ponzoñoso regalo para Epitemeo, hermano de Prometeo. Ella destapa la jarra (pithos) que contiene los males preparados por Zeus para la humanidad, los cuales se esparcen por el mundo. En el fondo, se hallaba Elpis, personificación de la esperanza, que por órdenes mismas de Zeus es retenida en el vaso. “Sólo permaneció allí dentro la Esperanza, (Elpis d’entos emeine), aprisionada entre infrangibles muros bajo los bordes de la jarra, y no pudo volar hacia la puerta; pues antes cayó la tapa de la jarra.” Una ambigüedad que deja muchas dudas, ¿Cuándo salió la esperanza para consuelo de los hombres? o ¿es la esperanza otro de los males que brinda al hombre una vana ilusión de que todo mejorará, alargando su sufrimiento? A ciencia cierta, desconocemos lo que quiso decirnos Hesíodo hace más de 2.600 años, y desde entonces hemos oscilado entre interpretaciones opuestas: ¿consuelo o trampa divina?
En su nuevo libro, Byung-Chul Han recorre algunas de estas interpretaciones en búsqueda de una definición adecuada para los tiempos que vivimos. Contrapuesta al miedo y la angustia, la esperanza nos dota de una confianza trascendental de que, a pesar de los pesares, los días que vendrán serán mejores.
Quien tiene esperanza se hace receptivo para lo nuevo, para nuevas posibilidades que, de no haber esperanza, ni siquiera se percibirían. El espíritu de la esperanza habita en un campo de posibilidades que trasciende la inmanencia de la voluntad. La esperanza hace innecesarios los pronósticos. Quien tiene esperanza confía en lo imprevisible, cuenta con que haya posibilidades contra toda probabilidad
La volatilidad de esperanza la hace resurgir de manera misteriosa de las cenizas de la desesperación más profunda. En la ópera Turandot, durante la escena de los acertijos, la princesa sanguinaria plantea el enigma al príncipe desconocido:
ma il fantasma sparisce con l’aurora
per rinascere nel cuore!
ed ogni notte nasce
ed ogni giorno muore!
Pero el fantasma desaparece con el alba
para renacer en el corazón.
¡Y cada noche nace
y cada día muere!
La esperanza pareciera ajena a la luz de los buenos tiempos para renacer en la completa oscuridad. La esperanza absoluta hace que vuelva a ser posible actuar en plena desesperación profunda. Rebosa de una fe inquebrantable en la existencia de sentido. Es la fe en el sentido lo que nos da orientación y nos brinda asidero.
Vivimos los tiempos de la angustia paralizante y del miedo más borreguil, ambas sensaciones que bien administradas inhiben los cambios y la imaginación. Este libro de Han suscita una discusión necesaria sobre los aspectos dicotómicos de la esperanza, y la define desde una perspectiva activa y revolucionaria. Me despido con otra de sus citas:
Sin ideas, sin un horizonte de sentido, la vida se reduce a la supervivencia o, como sucede hoy, a la inmanencia del consumo. Los consumidores no tienen esperanzas. Lo único que tienen son deseos y necesidades. Tampoco necesitan ningún futuro. Cuando el consumo se absolutiza, el tiempo se reduce al presente permanente de las necesidades y las satisfacciones. La palabra esperanza no pertenece al vocabulario capitalista. Quien tiene esperanza no consume.
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